Hay estupideces a lo largo de la historia, pero si una estupidez puede quedar en el podio es la que desencadenó la Batalla de Karánsebes.
Retrocedamos hasta 1788, momento en el que los imperios austriaco y otomano se enzarzaban en otra de sus tantas guerras (esta vez entre 1787 y 1792, propiciada por Rusia). El emperador José II de Austria envió a su ejército compuesto de 100.000 hombres de diversos pueblos que se encontraban bajo sus dominios, imaginar que “pisto”, como si el Imperio de Benetton fuera(quien pille el chiste que me lo diga). Se establecieron en la frontera rusa (aliados de José II), concretamente en la ciudad de Karánsebes, rodeada de verdes campos que pronto se teñirían del color de la sangre o de la estupidez, si es que tiene algún color.
Una vez posicionados, se envió a un grupo de húsares para reconocer y explorar en vanguardia, asegurando así el avance ante la posible llegada de los turcos. No encontraron al enemigo en el horizonte, pero con lo que si se toparon fue con un grupo de gitanos comerciantes que vendían un aguardiente llamado Shnapps. Era la simbiosis perfecta; gitanos que vendían y húsares austriacos sin nada que hacer más que esperar. Compraron sin más dilación unos barriles y comenzaron a “empinar el codo” hasta que el resto del ejército llegara a su posición.
Un grupo de infantería austriaca llegó hasta ellos, encontrándolos de fiesta junto a los gitanos. Parece ser que quisieron unirse a la fiesta, y así lo fueron haciendo los diferentes grupos que iban llegando, hasta el punto de que el alcohol comenzó a escasear. Los húsares, ya borrachos, se negaron a seguir compartiendo los barriles que habían pagado, llegando a poner una barricada para defenderlos. Comenzó así una pequeña bronca de borrachos que no parecía que pasara a mayores, pero en ese momento se escuchó un disparo (lanzado al aire). Las tropas rumanas que había en el ejército austriaco se asustaron pensando que fue un tirador turco y comenzaron a gritar ¡Los turcos! ¡Los turcos!, y a partir de esto todo se desmadró.
Los húsares salieron por patas, y la infantería acometió a la desbandada, por lo que los oficiales salieron al paso para intentar apaciguar la locura. Uno de ellos comenzó a gritar “Halt!” “Halt!” en alemán, que significa ¡Alto! ¡Alto!, y como ya se indicó, el ejército austriaco compuesto por diversas procedencias, allí cada uno entendió lo que pudo, por lo que algunos entendieron “Allah!”(Alá, Dios musulmán) y creyeron que los turcos había llegado. Pero allí aún no había llegado nadie más que ellos mismos.
Estaba oscureciendo mientras se formaba el barullo, y en ese momento un cuerpo de caballería austriaca llegaba a la zona y creyó ver turcos enzarzados en combate. Cargó contra su propio ejército sin saberlo, lo que a su vez generó confusión en los artilleros, que vieron a la caballería como turcos y comenzaron a disparar. En medio de aquella soberana “autopaliza”, el resto del campamento perdió los estribos y comenzó a disparar. Ya no podía pasar nada peor. Allí nadie se paró a pensar quien era con quien luchaba, y solo se replegarían pensando que debían hacerlo porque creían que los turcos les estaban ganando terreno. Todo pareció calmarse, pero el ejército debió retroceder y abandonar Karánsebes; se había auto-infligido 10.000 bajas, entre muertos y los que quedaron incapacitados para luchar. El propio emperador José II tuvo que salir de aquel tumulto a duras penas.
Los turcos llegaron a los dos días de aquel desastre, que les dio una victoria sin saberlo, les debían una a los gitanos.
Parece que los verdaderos beneficiados fueron los gitanos, que vendieron todos los barriles que tenían, luego les invitaron a beber y encima tuvieron un espectáculo gratuito; toda una batalla de borrachos. Imagínate la cara de los turcos y la de los mandos austriacos tras aquello. A partir de ahora recuerda; ¡Si bebes no combatas!
Carlos Albalate Sánchez