A veces las personas diplomáticas nos gustan porque tratan de agradar a todos, aunque no lo hagan de corazón, sino de modo interesado y afectadamente cortés.
Estas personas, mientras no se conocen en profundidad, son agradables porque siempre ponen buena cara y tienen palabras amables, aunque si te fijas mejor en ellas puedes observar un rictus de incomodidad en su cara y tensión en sus músculos, así como falta de naturalidad en todos sus movimientos.Al final si frecuentas el trato con ellas terminas por sentirte incómodo porque nunca sabes lo que están pensando y nunca te cuentan nada personal y por lo tanto tú tampoco puedes contarles nada , y todo se reduce a banalidades y un trato superficial.Para ellas mismas esta forma de ser también resulta muy perjudicial porque cuando se relacionan con los demás se ponen el corsé emocional y se convierten en lo que no son, tratando de dar una imagen y hacer esto durante horas es agotador. Probablemente no se relajan hasta que están solas y ni aún así porque muchas siguen hablando consigo mismas preguntándose si su imagen ante los demás habrá quedado vulnerada o seguirá intacta. De modo que el tiempo pasa y ellas lo desperdician en mantener una imagen falsa en vez de disfrutar de la vida.Merece la pena para la felicidad personal ser una persona auténtica, sin dobleces, transparente, pero para serlo uno tiene que conocerse a sí mismo y amarse y esto es una labor que dura toda la vida.Si uno se ama con sus grandezas y sus pequeñeces, con sus pobrezas y debilidades, no le importará tanto que los demás también se den cuenta de ellas. Así se podrá invertir el tiempo en ser feliz y disfrutar de la vida y no en intentar estar siempre oculto bajo una máscara.Si todos fuéramos auténticos y no tan diplomáticos las relaciones sociales serían mucho más fáciles y enriquecedoras, pero para ello hay que ser una persona íntegra en todos los aspectos. Si utilizamos a los demás como meros instrumentos para alcanzar nuestros fines, o incluso los engañamos, no podremos serlo. El amor al dinero y al poder y la falta de coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos que pensamos, y lo que hacemos, es una barrera a la autenticidad.