Todas las mañanas entre semana llevo los niños al colegio a la hora de amanecer. Estos días, a esta hora, el sol no ha aparecido todavía pero sus rayos tiñe el cielo con luz en tonalidades inigualables. Algunos días suaves y armónicos – otros días tan intensos que cuesta entender el milagro.
Todas las mañanas la veo – la Cernícalo – posada en un poste o en el cable. Pasada la curva y después de la cuesta donde el campo se expande plano y eterno hasta el horizonte la busco y siempre está allí saludando el Sol.
Está sentada – majestuosa en cuerpo pequeño – con la espalda hacía la carretera y la vista clavada lejos.
Ignora totalmente los coches madrugadores que pasan justo debajo de ella – solo espera al milagro que se repite en toda su autenticidad cada mañana. El orto – el Sol y un nuevo Día.
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