“La sabiduría no es producto de la escolarización, sino de un intento a lo largo de la vida de adquirirlo.”
¿Qué pasa con los niños autistas que estudian en escuelas públicas? ¿Pueden adaptarse a un medio como éste o sufren de las consecuencias de sistemas educativos poco preparados para niños con necesidades educativas especiales?
El autismo es el trastorno del neurodesarrollo que ha llamado más la atención en los últimos años debido a su amplio espectro y a su peculiaridad en la interacción social, además del alto número de casos que se registran día a día. La prevalencia del trastorno del espectro autista en los Estados Unidos ha llegado al uno por ciento de la población general (APA, 2014). Aunque dicho incremento también es atribuido a las mejoras que se han realizado en el diagnóstico.
En 1943, Leo Kanner publicó el primer artículo sobre el autismo, describiendo algunos de los rasgos que logró detectar gracias a su investigación con once niños que poseían ciertos rasgos en común, por ejemplo, incapacidad para relacionarse normalmente desde un principio con personas y situaciones, comportamiento autosuficiente a pesar de su corta edad, mayor felicidad cuando se encuentran solos, y un comportamiento indiferente ante la presencia de más personas (Kanner, 1943).
A pesar de estas interesantes observaciones, la que más intrigo a Kanner fue el lenguaje, pues presentaba grandes trastornos. Ocho de los once niños desarrollaron lenguaje hablado, pero no lo utilizaban, pues limitaban la interacción con otras personas (Kanner, 1943). También solían repetir palabras y desarrollar ecolalias.
Otro rasgo importante descrito en el primer artículo de Kanner es la preferencia de los niños por la monotonía y su desagrado por los cambios. Los once niños presentaban este síntoma en diferentes grados. Algunos podían hacer una cosa tan simple como jugar con un pedazo de papel durante horas todos los días (Kanner, 1943).
Sin embargo, debe tomarse en cuenta que, aunque Kanner fue quien dio a conocer el trastorno del espectro autista, éste ya existía en el pasado, pero el comportamiento extraño del autista era atribuido a otras causas. Los casos más populares fueron el del niño salvaje de Aveyron, el de Kaspar Hauser y el de los niños osos de Lituania (Cuxart, 2000).
El término de la palabra autismo proviene del griego «eaftismos», que significa encerrarse en uno mismo. Fue el psiquiatra Suizo, Eugen Bleuler, quien introdujo el término a la psicología, incluyéndolo en la descripción de los rasgos de la esquizofrenia.
Según el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), el autismo es un trastorno del neurodesarrollo con deficiencias persistentes en la comunicación social, patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, deficiencias en las conductas comunicativas, deficiencias de desarrollo y comprensión, excesiva inflexibilidad de rutinas e intereses muy restringidos (APA, 2014, p.50).
Los factores de riesgo para el trastorno del espectro autista se dividen en ambientales y genéticos, tales como la edad avanzada de los padres, el bajo peso al nacer, y se ha asociado a una mutación genética conocida (APA, 2014). Aún no se ha llegado a un acuerdo sobre el factor predominante y se siguen haciendo investigaciones, sobre todo genéticas, para descubrir más correlaciones.
Por otra parte, la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE 10) considera el autismo infantil como un trastorno generalizado del desarrollo definido por la presencia de un desarrollo alterado o anormal, que se manifiesta antes de los tres años y por un tipo característico de comportamiento anormal que afecta a la interacción social, a la comunicación y a la presencia de actividades repetitivas y restrictivas. El trastorno predomina en los chicos con una frecuencia tres a cuatro veces superior a la que se presenta en las chicas (CIE-10, 2008).
¿Cómo es que se puede detectar a una edad tan temprana el trastorno del espectro autista? De acuerdo al CIE 10, no existe una edad específica que señale su detección, y lo que facilita el diagnóstico es la interacción social a la que se ve forzado el niño en su hogar y en la convivencia con otros niños de su edad. La falta de empatía del autista genera un desinterés en la convivencia y el desarrollo del lenguaje. No existe una motivación para integrarse a un grupo de iguales, por lo que no se aprenden las normas que se exigen en dicha inclusión. El niño se aísla y se abre la brecha de diferencias debido a una alteración de la actividad lúdica basada en el juego social imitativo y simulado, a una pobre sincronización en la expresión del lenguaje, a una relativa falta de creatividad y de fantasía de los procesos del pensamiento, a una falta de respuesta emocional a los estímulos verbales y no verbales de los demás (CIE-10, 2008).
Teniendo todos estos aspectos en cuenta, ahora con un marco teórico como base, podemos imaginarnos lo difícil que es para un niño con trastorno del espectro autista participar dentro de un salón de clses, atendiendo órdenes y conviviendo con niños de su edad. Es fácil prever que el aprendizaje no será de calidad.
En una propuesta de la ONU realizada en la Convención de las Naciones Unidas de los Derechos de los Niños (UNCRC) realizada en 2006, se decretó que las escuelas públicas tenían la obligación de brindar educación a los niños con necesidades educativas especiales. México tomó con entusiasmo la propuesta y generó una respuesta positiva, pero que aún deja mucho que desear, y uno de sus puntos débiles es la atención adecuada a niños autistas.
A pesar de que el proyecto se inauguró hace once años, todavía no ha habido una favorable implementación y capacitación para la enseñanza a niños con autismo. Por esta razón es que muchos de los padres prefieren llevar a sus hijos a asociaciones y escuelas especializadas en el trastorno del espectro autista.
La diferencia de costes entre una escuela especial y una escuela pública es abismal, y muchos padres no pueden costear una escuela especial, por lo que llevan a sus hijos con autismo a escuelas públicas donde el niño no recibe tratamiento ni se le provee una monitora o simplemente una educación especial. Aunque, el artículo 41 de la Ley General de Educación (Ramos & Fletcher, 1998) estipula que los servicios de NEE deben de proveer educación a cualquier niño que requiere de apoyo para tener un aprendizaje óptimo y deben de proveer los recursos necesarios a la escuela, en la práctica, esto no está sucediendo y muchos niños continúan sin recibir educación (U.M, 2012).
Parte del problema suele ser la misma familia, que desconoce el significado del autismo y atribuye el comportamiento del niño a rasgos antisociales o de retraso mental. Esta falta de comprensión genera ansiedad en el niño por las expectativas que le depositan y que no puede cumplir.
La falta de preparación de algunos educadores puede generar conflictos con el niño autista, pues no se atienden sus necesidades especiales y, al igual que con los padres poco preparados, se le demanda al niño un comportamiento que es incapaz de cumplir.
Vivimos en un mundo que se actualiza día a día. No hace mucho que se descubrió el autismo, y ahora entendemos que es un tema de primer orden que debe tratarse con diligencia y una mente abierta. Primero debemos comprender que existe un trastorno que es irreversible, y que el autismo abarca un amplio espectro y se da de muchas formas. No debemos confundir la rebeldía del niño con su incapacidad para acatar órdenes ni creer que eligió ser solitario, sino que algo dentro de él lo mueve a ser así. Debemos comprender que su manera de aprender es diferente.