Revista Cultura y Ocio

Autocines – @Moab__

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Nunca había ido a un autocine y estaba un poco nerviosa. Siempre tuve la sensación de que eran antros de perversión al aire libre donde la gente iba a magrearse y follar en vez de a ver la peli, así que, desde la pudorosa inocencia de mi virginidad peliculera, no les veía ninguna gracia. Aunque, bien mirado, quizás ese fuera el motivo por el que seguía siendo virgen a los 21.
Por eso me lo pensé mucho cuando Eiden, mi mejor amigo desde la infancia, me invitó a ver una nueva versión de “La matanza de Texas”. Eiden era uno de esos tíos por los que las mujeres cometían auténticas locuras, como apuntarse al grupo de debate sólo por tenerle cerca cuando ni siquiera sabían deletrear las palabras “discrepo” o “argumento” y, mucho menos, argumentar y discrepar en condiciones. Pelo negro, piel pálida, intensos ojos verde hoja que le daban un aire de poeta soñador y decadente, cuerpo delgado, pero fibroso, delicadas manos de pianista… En fin, el conjunto provocaba que las bragas se bajaran a su paso sin necesidad de tocarlas. Yo, con mi 1’65, mis 45 kilos de peso, mi pelo rubio ceniza y las enormes gafas, estaba destinada a ser una perdedora toda mi vida, sin embargo, era la envidia de todo el equipo de animadoras sólo porque él prefería mi compañía a la de cualquier monada oxigenada con más tetas que cerebro. Y esto, desde preescolar hasta la facultad. ¡Gracias por existir, Eiden!
—¡Venga, Athena, te gustará, no me seas remilgada! —Intentaba convencerme exasperado—. Mira, prometo no meterte mano si vas a sentirte mejor —quizás debí haberme fijado en la expresión de su cara en vez de haber secundado su carcajada—.
—Aaaiiins, maldita sea Eiden, con ese argumento me has convencido —mi sonrisa no llegó a los ojos aunque él estaba demasiado contento para darse cuenta—. Pero tú te ocupas de las palomitas.
—Hecho. Voy a ver si estudio un poco para el examen de Historia y a las 20:00 paso a recogerte. ¿Vale?
Asentí con la cabeza, él me besó en la frente y se dirigió a su habitación en el campus. Me avergüenza admitir que le miré el culo hasta que desapareció de mi vista.
Así que así fue la cosa y ahora me encuentro temblando como un flan esperando a que empiece una peli que ya he visto con un chico al que veo a diario desde que teníamos cuatro años, riendo y comiendo palomitas mientras intento no imaginarme lo que hay debajo de su ropa ni si yo podría tener acceso a ello gracias a mis privilegios de mejor amiga. Está claro que estos sitios te convierten en una zorra y no que entre nosotros haya una especie de tensión sexual no resuelta.
Cae el sol, empieza la peli y no lleva ni diez minutos cuando comienzo a escuchar los primeros gemidos. Hago por no oírlos, pero es imposible. Son más ruidosos que un coro de grillos a medianoche. Miro de reojo a Eiden y me parece un poco tenso, como si luchara por no mirarme, sin duda, no es sordo y también los escucha.
Vuelvo a centrar mi atención en la pantalla, intentando abstraerme de lo que ocurre a mi alrededor y quizás lo hubiera conseguido si Eiden no me hubiera rozado la mano al ir a coger palomitas del bol.
No sé qué ha pasado ni quién lo ha empezado, sólo sé que tengo sus labios sobre los míos y sus manos (¿he dicho ya que tiene unas preciosas manos de pianista?) acariciándome los pechos por encima de la blusa. ¿Tensión sexual no resuelta? No, qué va.
Eiden me abraza fuerte y me sienta sobre sus rodillas. Me mira como pidiéndome permiso. No puedo responder, sólo le beso mientras tiro hacia arriba de su camiseta. Él me desabrocha torpemente los botones de la blusa y entierra su cara entre mis pechos mientras una de sus manos se desliza por debajo de mi falda. Gimo y me estremezco al sentir sus dedos en mi sexo completamente húmedo. Joder, ¿por qué coño no hemos hecho esto antes?
Oigo de fondo el sonido de una motosierra y gritos, muchos gritos. La peli sigue adelante ajena a lo que sucede en el interior de nuestro coche. Del nuestro y de los otros veinte o treinta, porque aquello es una orgía en toda regla. Algunos incluso han decidido que hace demasiado calor dentro del coche y follan sin ningún pudor sobre el capó. Desplazo la mano hacia su entrepierna y siento la dureza palpitante de su miembro. Empiezo a desabrocharle el pantalón acompañada por el coro cada vez más alto de gritos y motosierras en do menor. “¿Demasiado alto, no? Así no hay quien se ponga romántica”, pienso mientras libero el último botón del resistente ojal, meto la mano bajo los calzoncillos, la saco y me inclino para meterme en la boca la primera polla de mi vida.
De repente algo golpea nuestro coche y me la meto hasta la campanilla. El golpe hace que apriete las mandíbulas y le pegue un buen mordisco en el innombrable. Eiden emite un agudísimo grito de dolor que repentinamente se corta en seco y yo me incorporo tosiendo convulsivamente entre arcadas. Quiero decirle que lo siento, que iré con más cuidado, pero, al abrir los ojos y mirarle con mi mejor expresión de culpabilidad preparada, entre lagrimas veo qué ha cortado en seco su alarido de dolor.
La mitad de la cabeza seccionada de Eiden cae hacia un costado como la tapa de una caja sorpresa, una inmensa sonrisa macabra para toda la eternidad. La sangre mana a borbotones y yo no puedo dejar de gritar aterrorizada.
Salgo tropezando del coche, empapada por la sangre del que era mi mejor amigo e iba a ser mi primer polvo y entonces soy plenamente consciente de lo que parece haber estado sucediendo desde hace rato a mi alrededor. Estúpidamente, me viene la voz de mi hermana a la cabeza justo antes de salir de casa diciéndome “Eres mi obra maestra. Con el trabajo de chapa y pintura que me he currado, si esta noche no follas, me meto a monja”. Dudo que hubieras previsto esto, hermanita. Me pregunto si algún convento la aceptará.
Veo miembros volando por todas partes bajo las motosierras que empuñan un grupo de tarados disfrazados con máscaras de hockey a lo Viernes 13, la gente huye erráticamente en distintos grados de desnudez. Les veo saltar por encima de los coches, meterse debajo o, incluso, encararse con los emuladores vivientes de Jason, pero no hay salida. Alguno debe llevar un bate de baseball, porque una cabeza acaba de golpearme en el pecho sacándome de mi estupefacción justo a tiempo porque uno de los chiflados acaba de aterrizar sobre el techo del coche. Es un tío gordo, empapado en sudor y vísceras. La hoja de la motosierra está decorada con sangre, sesos, restos de pelo y pedacitos brillantes de cristal. Pelo negro… ¿será el de Eiden? El tío dibuja un amplio arco con su arma hacia mí intentando sesgarme la garganta. Haciendo uso de mis mejores reflejos, me agacho, recojo la cabeza que me ha golpeado un momento antes y se la arrojo con todas mis fuerzas a la sesera. El cráneo impacta y el puto gordo cae patas arriba, la motosierra se le resbala de las manos y le taja su grasienta barriga haciendo saltar un montón de tripas calientes que empapan mi cara.
No me quedo a mirar si está vivo. Tampoco me entretengo en tomarle el pulso a Eiden, me queda claro que las heridas provocadas en ambos por la motosierra son incompatibles con la vida. Empiezo a correr esquivando miembros voladores y cuerpos caídos, resbalando con la sangre viscosa de los hasta hace un rato felices folladores mientras los asesinos se reagrupan.
Los gritos de la masacre me persiguen, pero yo no miro atrás y continúo corriendo como una energúmena, tan virgen como llegué, sin posibilidad de dejar de serlo e intentando que no se me salga una teta del sujetador porque, como todos sabemos, si enseñas las tetas en una peli de miedo, estás muerta la primera. O la segunda, primero va el colega negro.

Visita el perfil de @Moab__


Volver a la Portada de Logo Paperblog