Artículo de opinión publicado en EL CORREO. Julio 2016. Javier Madrazo.
El avance electoral de la derecha del Partido Popular, en un contexto de recorte de derechos sociales, laborales y políticos, desigualdad y empobrecimiento de importantes sectores de la población, coincide con un retroceso significativo de la izquierda transformadora, que ha visto frustradas sus expectativas de crecimiento. Resulta imprescindible la autocrítica y el análisis riguroso.
Unidos Podemos debe abrir un proceso de reflexión, sin líneas rojas ni temas tabú, para conocer y corregir las circunstancias, actitudes y hechos que explicarían los motivos por los cuales la confluencia no ha obtenido en las urnas el resultado que merecía. La izquierda política y social española, con las únicas excepciones de Euskadi y Cataluña, vivió con amargura la noche electoral del 26J. No ha sido para menos.
La alianza entre las formaciones lideradas por Alberto Garzón y Pablo Iglesias no ha cumplido sus objetivos. Posiblemente, nunca haya habido más razones para apostar por una candidatura unitaria de progreso que en estos últimos comicios. El enriquecimiento de una minoría coincide con el empobrecimiento de una mayoría, que ha dejado de ser clase media para transformarse en personas paradas de larga duración o personas con empleo precario, mal pagado y sin futuro.
Quisiera creer que ninguna de ellas ha dado su voto al PP, ni tampoco quienes perciben pensiones inferiores a 600 euros, pero con toda seguridad me equivocaría. Puedo entender el argumento de quienes aluden al ‘miedo a lo nuevo’, en un intento de argumentar la pérdida de más de un millón de votos por parte de UP, que todas las encuestas daban por seguros. Sin embargo, esta justificación por sí sola no parece creíble. Es imprescindible ir más allá y hacerlo con convicción, escuchando todas las voces, por incómodas que éstas puedan resultar.
Las apelaciones al origen comunista de Izquierda Unida, la pretendida complicidad de Podemos con el régimen chavista o el caos en el que se encuentra sumida Grecia, en su día todo un referente para la formación morada, habrían ayudado, en todo caso, a movilizar y activar el voto a favor del Partido Popular, Ciudadanos o PSOE, pero difícilmente habrían hecho mella, por poco convincentes y por formar parte de una campaña orquestada, en quienes el 20 de diciembre dieron su confianza en las urnas a los que entonces fueron por separado y seis meses después se unieron para ser más fuertes.
En estas mismas páginas defendía, con motivo del anuncio de la confluencia entre Izquierda Unida y Podemos, la necesidad de convencer a las bases de ambas fuerzas sobre el porqué de un acuerdo que Pablo Iglesias había descartado hasta entonces. El ‘sorpasso’ no es un argumento convincente para quienes llegar a ser mileurista parece un imposible o carecen de perspectivas de mejora, más allá de la economía sumergida o el trabajo por horas. Resulta difícil ser creíble cuando tu mensaje prioriza el impacto de un titular, en lugar de compartir con transparencia y honestidad tu verdad.
Del ‘no’ al acuerdo con Izquierda Unida porque no tiene ambición pasamos al ‘sí’ solo porque sus votos son útiles para desplazar al PSOE. Del rechazo a Pedro Sánchez pasamos a un condescendiente «Pedro, no te equivoques de enemigo». La defensa de Rodríguez Zapatero como mejor presidente español o la reivindicación de la socialdemocracia también han confundido a un electorado potencial, que no ha escuchado propuestas programáticas de su formación y sí discursos contradictorios, lanzados desde la autocomplacencia contenida y una soberbia mal disimulada.
Es natural que Pablo Iglesias y su equipo se sientan desconcertados y vulnerables. Para generar ilusión y recuperar la confianza perdida tendrán que gestionar la decepción y el debate con responsabilidad, respeto a sus votantes, democracia interna y humildad. En política es imprescindible conocer a tu base social y compartir con ella mensajes sinceros y coherentes. Hoy no puedes ser el mayor patriota, con las connotaciones que este término aún despierta en España, un día después reclamar el derecho de autodeterminación en Cataluña y al siguiente relegarlo para poder pactar un gobierno con el PSOE.
Comparto la confusión del electorado de Izquierda Unida, que ha optado por la abstención al percibir que nos encontrábamos ante una coalición de intereses que no respetaba su trayectoria e identidad. Confluir no implica desaparecer. Entiendo también, en buena parte, el desencanto de personas próximas a Podemos, fieles a los orígenes y los ideales que inspiraron el movimiento 15M.
Para que la confluencia sea exitosa tiene que huir de dinámicas cupulares, sectarias y hegemonizadoras. Al contrario, debe ser muy participada por las bases, muy inclusiva y muy respetuosa con la pluralidad de la izquierda.
Las elecciones autonómicas que se celebrarán el próximo otoño en Euskadi adquieren, en esta coyuntura, una gran importancia para el futuro de Unidos Podemos. Pueden ser un reto, pero también una oportunidad.
Tengo la convicción de que se mantendrá la alianza de izquierda y en esta ocasión evitará el triunfalismo, conscientes de que su candidatura no obtendrá los mismos resultados que en los comicios generales. La designación de su candidato o candidata a lehendakari será un factor clave, al igual que la elaboración de un discurso propio que deberá representar a personas menores de 40 años, bien formadas, euskaldunes, urbanas, con conciencia social, voluntad de cambio y defensoras del derecho a decidir. PNV y Bildu tienen una dura competencia.