Las dos se entrelazan y se retroalimentan. Cuando mas alta y positiva sea mi autoestima, tanto mas que soy capaz de motivarme. Cuando mas yo me motive, mas mi autoestima brilla y se reafirma.
- Una autoestima elevada hace que yo me sienta bien conmigo mismo. Me gusta mi compañía. Me agrada estar conmigo. Me convierto en mi mejor compañía. Estoy en armonía, equilibrado. Feliz por estar viviendo.
- Este estado del estado del espíritu facilita la convivencia conmigo y con los otros. Me relaciono serenamente, sin ansias y preocupaciones que desgasten mis fuerzas. Todo comienza a fluir como debe fluir: a su tiempo y a su ritmo. Me siento motivado para hacer revivir mi vida. Estoy escribiendo el libreto de mi película: todo encaja y adquiere sentido.
- Una autoestima elevada devuelve o incrementa un nuevo significado para la vida. Vivo con mas ánimos, trabajo con más disposición. El viento sopla favorable y el universo crea las circunstancias que favorecen mi estado mental, floreciendo mis sueños y calentando mis deseos.
- Me adapto con facilidad a los acontecimientos diarios, con mucha flexibilidad interior delante de todo lo que se me ocurre. Las aguas del río de la vida corren serenas y limpias, todo tiene brillo y belleza.
Hay un luz brillando en mí,
haciendo que mi corazón vea todo en forma diferente.
Hay sonrisas en vez de lágrimas.
Hay palabras de alegría en vez de quejas.
Éste es el poder maravilloso de la autoestima:
ella te impulsa,
te reviste de nuevos sentimientos,
reanima tu corazón cansado,
rejuvenece tu alma abatida.
Un aire de resurrección te envuelve.
Tu aura se ilumina y se expande, contagiando a todos los que conviven contigo. Las personas adoran estar con tu compañía, se sienten renovados a tu lado.
Un toque de magia sobrepasa el ambiente:
todo se reviste de encanto,
todo se embriaga de amor.