El problema del justo término. Si das mucha, pierdes el control. Si das poca, te conviertes en un avalador – retrasador de todo lo que se hace. Y vuelves a la gente pequeña y cómoda.
A un directivo, de los de muy alto nivel, le escuché decir una frase que en su momento me pareció brillante, y después mucho menos: “solo puedes dar participación si el otro tiene tus criterios y tu información”. Parece sensato, hasta que te das cuenta de que así solo logras clones.
¿Qué me dice mi experiencia? Pues que la autonomía, a personas que funcionan por tareas, la justa para la realización de esa tarea. Comprobar que la saben hacer, y comprobar que la hacen en el tiempo y nivel pertinente. Pero ¿y para los que trabajan por objetivos? Es función de una ecuación:
Área de atribuciones delimitada x capacidad profesional x buena voluntad x consecuencia atribuida de sus acciones = máxima autonomía.
Y las cosas generalmente te irán muy bien. Lo malo es cuando tienes personas cuya área de atribuciones es difusa, la capacidad profesional es endeble, y la consecuencia de sus acciones no es visible o recaen sobre él. En ese caso, por muy buena voluntad que tenga, si le das autonomía, solo estás cediendo responsabilidad, o peor, “quitándote el muerto de encima”.
¿Y la peor combinación posible? Un jefe que quiere estar en todo, profesionales mal cualificados, autonomía en la medida que el jefe “no llega” e impacto difuso de las acciones que se realizan. Es una formula capaz de acabar con la organización más potente.
En las empresas, ya se sabe, lo que se sigue, se hace. Aunque me temo que el dinero se nos escapa… por lo que no se sigue.