Normalmente desde que se confirma el diagnóstico de Alzheimer hasta que el enfermo acude a un centro de día o institución residencial, puede transcurrir un tiempo variable dependiendo de varios factores (fase de la enfermedad en la que se encuentre, apoyo y red familiar que facilite la estadía en el domicilio particular del enfermo, disponibilidad de los cuidadores principales, medios económicos…etc.)
Muchas veces el enfermo vive en su domicilio, acompañado o no y es la familia la que se desplaza a su casa para atender las necesidades puntuales de éste o bien disponen de un/a cuidador/a interno o externo que facilita el control de la persona aquejada de Alzheimer.
Cuando no existe ese apoyo para el cuidado del enfermo, éste vive sólo o bien las personas que viven con él son también mayores y no pueden asumir el cuidado y control de las actividades diarias del mismo, es la hora de tomar una decisión…pero, esta decisión, ¿cuánto tiempo debemos esperar para tomarla? ¿Hasta cuándo un enfermo de Alzheimer puede llevar una vida autónoma en su domicilio?
En fases iniciales de la enfermedad, un enfermo de Alzheimer puede llevar una vida autónoma que le va a permitir vestirse, asearse o incluso comer sólo. La mayor parte del día podrá estar activo realizando rutinas habituales y serán puntuales las ocasiones a lo largo de la jornada en las que olvide cosas o detalles de los quehaceres diarios. A medida que los días van pasando (y no hemos dicho “tiempo” sino “días”) los despistes, olvidos o episodios de desorientación serán más frecuentes, de mayor envergadura o ambas cosas. Explicamos esto. El enfermo puede tener olvidos, y estos verse incrementados, o puede no tener un mayor número de ausencias de memoria, pero éstas ser de mayor importancia. La estructura de la memoria a corto plazo, aún en la fase inicial de la enfermedad, está deteriorada, así que es preciso valorar que los olvidos que sufre el enfermo pueden variar entre los no importantes, y/o los peligrosos para su integridad (perder dentro del domicilio un objeto, o dejar la plancha encendida mientras se está planchando, entrarían dentro de los olvidos que puede padecer un enfermo de Alzheimer, y como veis, ambos no tienen la misma importancia ni las mismas consecuencias)
No existe un día puntual en el que un enfermo de Alzheimer deba pasar de vivir solo sin ser supervisado a tener “vigilancia” o control continuado. La enfermedad no tiene pautas de avance determinadas por lo que un enfermo puede presentar una correcta situación cognitiva a día de hoy, pero su vida diaria, y las actividades habituales que realiza, están condicionadas a sus olvidos, ausencias o desorientaciones puntual.
Si bien es acertado que motivemos al enfermo a poseer la mayor autonomía el mayor tiempo posible intentando que siga realizando tareas de vestido, aseo y/ alimentación por sí sólo hasta que no le sea posible, y que además existen actividades y terapias no farmacológicas orientadas a mantener dicha autonomía, también debemos tener en cuenta que las acciones rutinarias diarias que el enfermo realizaba antes del diagnóstico (en ocasiones, ya con síntomas visibles de la enfermedad) tienen para él, a medida que pasa el tiempo, un componente de dificultad que va aumentando, por lo que debemos retirar de su calendario las actividades complejas o que presenten peligro para el enfermo, para que éstas las realice acompañado, presentándole otras que sean más fáciles de realizar.
Mantener las actividades de la vida diaria menos complejas es un paso para colaborar en la autonomía del enfermo y para que se sienta útil, ocupado y entretenido y no se hastíe. Otras acciones que requieran mayor destreza cognitiva o presenten mayor peligro, tales como salir a la calle sólo, hacer recados complejos, gestiones que requieran mayor atención de lo normal, realizar viajes sólo o trayectos de transporte público con trasbordos son actividades que comprometen la integridad del enfermo, al poner en juego el eso de la orientación espacial y temporal, dado que la memoria a corto plazo es necesaria para todas estas acciones.
Realizar recados, por ejemplo, que requieran tomar varios transportes públicos, hacer transbordos, encadenar gestiones, o bien ejecutar acciones que requieran de la agilidad mental del enfermo, comprometida ya por la enfermedad aunque éste esté en fase inicial, no sólo dificultan el bienestar del mismo, sino que merman su autoestima al no verse capaz de realizar las mismas tareas de siempre, contribuyendo a que no desee realizar ninguna actividad por miedo a equivocarse o a no saber hacerla, lo cual es contraproducente para su bienestar emocional y cognitivo.
¿Creéis vosotros que hay que mantener la autonomía de enfermo siempre cueste lo que cueste o bien pensáis que hay que gestionar las actividades y retirar de la rutina cuanto antes las que supongan un peligro para el enfermo?
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