Ha encendido esa llama de rebeldía que a gala lucimos en la revista
Donna Tartt es una de esas autoras que revolotean entre buenas palabras y entre encendidos elogios, también alguna crítica no tan complaciente, pero preponderan más los elogios que las críticas.destaca por su contumaz trabajo literarioCon apenas tres novelas, creadas con períodos de una década entre cada una de ellas, se presenta como una de las autoras más importantes de la narrativa contemporánea. Se suma una imagen muy cuidada, también con cierto aire esquivo, siempre distante de muy anglosajona apariencia. Desconocemos si es producto de una timidez que lleva a sobre-controlar las situaciones publicitarias o si como persona sigue esas mismas normas de distancia y alejamiento. No se prodiga en actos culturales, más bien, destaca por su trabajo contumaz en sus obras, no por algo la más menuda ostenta sus quinientas trabajadas páginas. Ha sabido mezclar, al menos en su última novela “El jilguero”, ese complejo sistema de cultismo y sencillez. En una mano nos tiende un cuadro clásico y por otro una novela que arranca en la más rabiosa actualidad. De alguna forma los personajes y lo que incluye en su obra tienen esa mezcla entre cultura y vida a pie de calle. Es cierto que observado desde una óptica no anglosajona su cultura no parece tan apabullante, más bien elitista de clase adinerada. Es interesante la capacidad que ha tenido para mezclar el cuadro que da título a la novela con ella, como si fuera una gran conspiración mediática ya es imposible sustraerse del cuadro si ponemos en cualquier buscador el nombre del pajarillo.Para nosotros, en Prótesis, nos llamó la atención las elogiosas críticas, también la escasa base sobre la que se hace, apenas tres novelas cuando un autor consagrado precisa de media docena de ellas, y sobre todo la reiteración hacia los clásicos británicos, en especial Dickens. Aunque para los que conozcan algo del mundo editorial inglés raro es el año que no aparezca un autor al que se le honre heredero de Dickens. No entiendo la fijación tan absoluta por semejante autor, cierto que es un fenómeno, pero de ahí a vincularlo todo hay un mundo. De los escritores franceses, con igual o más historia que sus homólogos al otro lado del canal de la Mancha, nadie les suele citar como el nuevo “Zola” o el nuevo “Balzac” o el nuevo “Flaubert”. Debe ser una manía de los editores o puede que siga siendo un buen reclamo para el público.Por todo ello es una escritora que nos resulta interesante, más bien ha encendido esa llama de rebeldía que a gala lucimos en la revista y por la que somos conocidos, es decir y para traducir a los no iniciados, Donna Tartt nos provocaba. Desde la imagen que luce hasta esa frialdad tan estudiada y la decisión de destripar todas sus novelas, tampoco ha sido para tanto pensarán algunos aludiendo a que es un trío pero ¡vaya trío!, era una decisión a la que nos costaba sustraernos. No partimos de la admiración sino desde otro punto que mejor no mentamos. Pero mejor por mucho que lo expliqué será mejor que lo haga con una metáfora:Imaginen que entran en una cafetería/pastelería, al fondo una señora o señorita, sentada a una mesa, vestida elegantemente, con las piernas cruzadas y sobre ellas una servilleta de hilo perfectamente extendida. Sobre la mesa un café en loza fina, al lado una milhojas de nata que es desmenuzada y cortada con cuchillo y tenedor de plata. Al otro lado tres goliardos, de pie, apoyados en la barra, en la mano de cada uno un cuerno de chocolate sostenido con una endeble servilleta y que cada poco es llevado a las fauces sin importar las salpicaduras ni tampoco tener la virtud de detener la conversación que a grandes voces es mantenida. Esa es la imagen que presentamos, la visión de la señora o señorita vista desde el punto de vista de los goliardos. Lo que leerán a partir de aquí es nuestra opinión y siempre, como todos saben, es sincera. ¡Acaso se puede pedir más!