Revista Espiritualidad
Ambos, son términos que se usan con frecuencia, para designar a las personas que se supone que poseen cualidades que nos ponen de manifiesto un ejemplo a imitar, o que con su actitud nos muestran una meta a alcanzar. Pero no se trata de una meta material, sino la meta de encontrarnos con nosotros mismos y con el sentido último de la realidad. Cuando decimos que una persona tiene autoridad moral o sabiduría, esta afirmación nos surge de una forma intuitiva e inmediata, porque se capta de una forma, en general, tan clara, que toda argumentación resulta superflua. Parece que quién posee dicha “autoridad moral” o “sabiduría” está imbuido de una especie de halo que nos inspira o nos empuja a la búsqueda de una verdad superior.
Hace un rato, apareció en mi mente, la reflexión de por qué hay personas con una gran sabiduría interior, que no tienen formación académica superior o que incluso son casi analfabetas. También me hacía la pregunta de porqué se puede dar la situación opuesta. La de personas con una amplia formación académica, con más de una carrera, doctorados, cátedras, miles de libros leídos y con tan poca sabiduría y conocimiento de la vida real.
Me parece que dicha sabiduría se ve reflejada en la capacidad de las personas de ser felices, de poder empáticos con los demás, de hacer juicios adecuados sobre la realidad (que se salgan de cuestiones intelectuales), de hacer elecciones de vida que lleven a estar en paz, armonía y equilibrio consigo mismos. Pero esta sabiduría, no se estudia en ningún centro educativo oficial (desconozco los cauces extraoficiales). Una persona puede llegar a vieja, después de haberse matado a estudiar, sin saber muy bien por qué y no haber encontrado sabiduría, equilibrio, ecuanimidad, capacidad de compasión, paz interior, etc. Es más, puede haberse matado a estudiar y a memorizar libros, a hacer publicaciones, conferencias, etc. sin tener ni idea de para qué es la vida ni de para qué está en este mundo. Sin haber intuido o no haber querido intuir que su vida es lo que quiera hacer de ella y que puede ser más feliz, renunciando al deseo infantil de escalar puestos, tener medallas o acumular títulos.
Me pregunto por qué la enseñanza reglada, se preocupa tanto de enseñar diversas materias, que evidentemente pueden ser prácticas y entrenan nuestras neuronas, pero que no sirven para muchos aspectos de la vida. Y sin embargo, dicha enseñanza apenas se ocupa, de enseñarnos a buscar el sentido de la vida, de mostrarnos el camino para conocernos a nosotros mismos, o para a amarnos a nosotros mismos y a los demás, ni para reflexionar sobre qué es esta realidad en la que estamos y sobre cuál es su origen. Todas ellas me parecen cuestiones fundamentales, cuya respuesta está más en el interior de cada ser humano y en seguir las enseñanzas de los verdaderos sabios. Esto me parece mucho más importante que aprender diversos datos, hacer complejas fórmulas matemáticas, elaborar diseños con tiralíneas o realizar diversos ejercicios gimnásticos mentales o físicos. A veces me da la sensación de que la educación y la cultura han perdido su alma y su corazón y que el objetivo para el que surgieron se olvidó hace ya mucho tiempo. Quizás es más útil que sea así, porque de esta forma, hay menos probabilidades de que las personas piensen con sentido común o con libertad y así no piensan, critican o luchan por un mundo mejor, sino que se convierten en meros engranajes bien entrenados para formar parte de la maquinaria del sistema social, en el que estamos inmersos. Pero ¿quién crea ese sistema que se supone que nos quiere convertir en engranajes? ¿Acaso no lo creamos también nosotros?
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