Revista Animación

Avatar

Por Samdl
AVATAR
En James Cameron todo es superlativo. El exceso es a su obra como las rayas negras al tigre. Algo consustancial. Sus películas corren una suerte de coctelera gigante en la que el barman mezcla diversos aromas, grandes dosis de edulcorante y, ante todo, garrafón. Mucho garrafón. Así, el paso de garganta del mejunje es fácil y hasta cómodo dada su melifluidad; pero la resaca está garantizada. Eso es lo que sucede a la mañana siguiente de haber coqueteado con su nueva criatura: Avatar.
Las polaridades toman su protagonismo desde los primeros minutos. Grandes incubadoras para recios militares que reproduce ese estadio de control absoluto de Un mundo feliz, de Adolf Huxley. Condicionados y preparados para una dura misión. En contraposición a tal nivel de desarrollo tecnológico se encuentra –puertas afuera– ese mundo salvaje y primitivo en el que habitan los Na`vi. Unas criaturas que viven como la tribu amazónica de los matsés, cambiando el ocre de sus pieles por el lazurita y con una estatura bastante superior. Luces y sombras que se alternan conforme se desarrolla la película, mostrando cada vez más salvajes a los humanos y más humanos a los salvajes.
El ensalmo surte efecto precisamente gracias a esas asimetrías, ya que no hacen falta muchos artificios técnicos ni argumentales para provocar empatía con aquellos a los que se presenta envueltos por la pátina de la pureza y la bondad absoluta. Sólo es preciso poner sobre el tablero a unos malos muy malos y unos buenos muy buenos para que el agua termine buscando el río. Nada nuevo bajo el Sol. Y qué mejor manera de presentar la avilantez de los malos si no es bajo la férula del Ejército. Una legión de trasgos malditos y demonios dispuestos a pisotear a las indefensas tribus primitivas con la misma facilidad que la rueda de molino tritura el grano. Un Ejército que, además, va de la mano de una gigantesca multinacional que busca hacer sus Américas allá por Pandora explotando ciertos recursos minerales. Y, a partir de ahí, que giren los cangilones de lo previsible...
Con este retrato robot es fácil que a escasos minutos de comenzar la película el espectador esté del lado de los Na`vi. Sin embargo, esos titileos de justicia y filantropía no son más que puro reflejo de una posición dominante en un marco más amplio. A saber: corrección política y pensamiento único. Y mucho anticapitalismo. No cuesta identificar a la horda militar y su multinacional como figura arquetípica de los Estados Unidos y su voracidad capitalista, mientras que los cerúleos Na`vi serían la voz de todos esos colonizados injustamente por el Imperialismo. Así, Cameron utiliza entre sus muchos ardites la vieja trampa de la idealización de la vida salvaje. No presta mucha atención a sus emociones, sus rutinas diarias, sus virtudes y defectos, sus tribulaciones, ni siquiera muestra de lo que se alimentan. Y, ateniéndonos a tal grado de idealización, cabría imaginar que no tienen hambrunas. Cosa atípica en el mundo salvaje, sea dicho de paso. También llama la atención el rollo religioso de adoración a la pachamama, tan primitivo y atapuercuense. Da la sensación de que el occidental –supuestamente del lado de los malos– ha de sentir un sentimiento de culpa por su evolución al contemplar el nivel de satisfacción de la tribu, de modo que le lleve a purgar sus pecados. Nada es casualidad en Avatar. Sin embargo, se olvida Cameron del eje radial de toda tribu primitiva: su hermetismo y rigidez. No nos muestra cómo es la posición de dominio absoluto que ejercen los superiores jerárquicos sobre sus inferiores, ni sus relaciones territoriales con otras tribus vecinas con las que, por puro sentido común, tendrán múltiples batallas dado que no son sociedades de consumo y necesitan poseer los bienes que escasean mediante la fuerza. El libre comercio nunca ha casado especialmente bien con las tribus primitivas. Nos encontramos con una especie de exaltación al Darwinismo invertido. La veneración a la involución y el anatema del desarrollo humano.
Así las cosas, resulta lógico que incluso Evo Morales haya dicho que Avatar es una profunda muestra de la resistencia al capitalismo y la lucha por la defensa de la naturaleza. Pero, al margen de consignas repetidas hasta la nausea, ¿sería realmente capitalista Avatar llevado a la vida real? Obviamente, no. Pura publicidad. Pura manipulación. Considerando que el capitalismo encuentra su fulcro en el libre intercambio de bienes dentro de un marco jurídico que respete la voluntad del cambio así como el derecho a la propiedad privada, la empresa llevada a cabo por los militares de Avatar en Pandora al socaire de una multinacional nada tiene que ver con el mal llamado neoliberalismo. De inicio, cabe subrayar que toda multinacional ha encontrado su posición de privilegio en el mercado a lo largo de las décadas gracias al Estado, lo que se opone frontalmente a las teorías liberales que exigen un Estado reducido a su mínima expresión y, mucho menos, con capacidad de intervención en las fluctuaciones y ajustes automáticos del mercado. Hayek y Mises ya demostraron hasta qué punto los monopolios estatales corresponden a una sociedad centralizada, y cómo sus antecedentes, ciertas estructuras gremiales, sucumbían al perder sus privilegios, pues no pueden competir en igualdad de condiciones contra un ofertante distinto que fomente la baratura. Los monopolios alcanzan un mercado cautivo gracias al control estatal. Sin ir más lejos, Mises recordó de qué manera reinó hasta el siglo XVIII la premisa paternal en cuya virtud no era lícito ni justo vencer a otros produciendo géneros mejores y más baratos. Siguiendo con grandes economistas y en contraposición al antiliberalismo ramplón de Avatar, cabe recordar también las palabras del padre de la Escuela Austriaca, Carl Menger, quien llegó a la conclusión de que «para despreocuparnos de la economía en general necesitaríamos o que los actuales bienes se multiplicasen de modo casi infinito (hasta dejar de ser bienes escasos y, por tanto, económicos) o que las necesidades humanas adelgazasen de modo casi infinito (hasta poder satisfacerse con el producto de un trabajo sin incentivos individuales, estrictamente colectivizado)»
En el caso de Pandora, como en el de todos los sistemas tribales y de castas, no ocurre ni lo uno ni lo otro. Y aun así se despreocupan de la economía. Cosa que parece loar el propio Cameron, olvidando que hasta los gatos quieren zapatos. Han sido conocidas a lo largo de la historia las innumerables matanzas entre distintos clanes por cuestiones religiosas, de poder, o de bienes. Llámense Apaches, Pies Negros, Comanches o Cherokees, los indios americanos luchaban con el mismo denuedo entre ellos como contra los hombres blancos invasores, así como aliados de éstos contra otras tribus. Así han funcionado por siglos las estructuras tribales. De modo que la solución en tiempos de vacas flacas pasa por encomendarse a Dios e imponer la Ley de la gumía, pues todo ser humano lucha por sus necesidades. Unas necesidades que la economía y el sistema de producción capitalista en concreto satisfacen más holgadamente que la degollina.
Pero James Cameron tira sobre seguro y se va de pesca a una piscifactoría donde algo caerá, máxime si a su ristra de carnada le añade el ecologismo. Convertido en el nuevo becerro de oro de la progresía anticapitalista, el ecologismo sirve igual para un roto que para un descosido. Siendo este un fenómeno sociológico perteneciente a sociedades ricas, se lo endosan a los tercermundistas, cuando son ellos los primeros heresiarcas que prefieren medrar y alcanzar un nivel de vida más alto en lugar de vivir para preservar un sistema primitivo para júbilo de oenegés y demás Mowglis occidentales con internet y aire acondicionado.
Llaman la atención las contradicciones tan infantiles con las que tropieza James Cameron en Avatar, percibiéndose ese tufillo anticapitalista precisamente desde lo alto del mismo capitalismo. 20th Century Fox no es precisamente un gulag, muy a pesar de Evo Morales y demás fauna menor progre. Pese a los taparrabos y la Pachamama, se cuentan a miles los millones invertidos en el desarrollo tecnológico necesario para la producción de Avatar. Quienes ven en la lucha de los Na`vi cierta pedagogía moral, deberían ver más bien una dosis de ideología hecha producto de consumo. ¡Quia! Un producto que lleva a hacer el ridículo incluso al dictador bolivariano que, en una contradicción como la Cordillera de los Andes, termina alabando una maravillosa finta de cintura capitalista.
Eso sí, lo estético corre otra suerte. Si Stendhal levantara la cabeza...

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