Después de doce años impartiendo clases de Formación y Orientación Laboral, este mes he obtenido la plaza de Filosofía en la Comunidad Valenciana. Necesitaba reinventar mi sino, deconstruir el pasado y afrontar con energía nuevos retos y alegrías. Tras treinta días, encerrado en la cárcel del propósito, hoy he visitado a Peter. Le he comunicado la noticia e invitado a café a Jacinto, el marido de Gabriela. Allí, en la soledad de la barra, he leído Información, un diario de la zona. Entre sus páginas, la misma música que sonaba antes del desembarco: la investidura fallida de Sánchez y el fantasma de las nuevas elecciones. Al parecer, leo con atención, las soluciones pasarían por la abstención de las derechas o la sustitución de Pedro Sánchez. Otras soluciones, más absurdas que reales, serían la proclamación de Casado mediante la abstención socialista.
Tras leer el periódico, he vuelto a casa. Allí, en la soledad de mi despacho, he recibido un wasap de Platón. Según el discípulo de Sócrates, la democracia ateniense solo ha servido para que gobiernen los inadecuados; aquellos que por sorteo son elegidos. Es necesario, maldita sea, que gobiernen los filósofos. Un país no puede estar en manos de los necios. Y no puede, me decía, porque se necesita abstracción, altitud de miras. Luces largas, en la jerga del ahora, para que el rumbo de una nación sea algo más que un cúmulo de palos de ciego. En la Hispania del presente, el multipartidismo se ha convertido en un problema de Estado. Un problema, como les digo, porque el exceso de democracia ha desembocado en la parálisis. Una parálisis en forma de elecciones y reelecciones, de investiduras fallidas y mociones de censura. Esta quietud, de retórica barata y enfrentamiento político, trae consigo una desafección ciudadana por los asuntos de la polis. Desafección en forma de abstención electoral y desinterés por las élites.
Agotada la vía de Podemos - la propuesta de dos gobiernos en uno - solo quedaría recurrir a la abstención. Es necesario que las derechas dejen gobernar a Pedro Sánchez. Y lo hagan, por deuda histórica, como hizo el socialista en los tiempos marianistas. Dicha abstención, queridísimos lectores, no tendrá lugar. Y no tendrá lugar, y disculpen por mi pesimismo, por el miedo que supone dejar gobernar al líder socialista. Miedo por la posible muerte de Podemos y Ciudadanos. Muerte de Podemos ante la vuelta de tuerca a las políticas sociales. Y muerte de Ciudadanos por la reducción de su discurso al tema nacionalista. Un discurso que, sin los apoyos catalanes a la investidura de Pedro, no tendría sentido en la contienda política. Son precisamente esos temores políticos, y no otros, los que impiden que tanto Pablo como Rivera dejen gobernar al socialista. Unos temores que se agudizan ante la inminente caída del multipartidismo y la vuelta al bipartidismo. Una vuelta al pragmatismo en detrimento de la parálisis que supone una democracia exacerbada. ¡Ave Pedro, morituri te salutant!