Entre el sol y la tormenta
En marzo pasado, Mónica Patricia Heck, de 37 años, eligió las Cataratas del Iguazú, en Argentina, para acabar con su vida.
Hoy, yo elegí el mismo lugar, en el balcón de la Garganta del Diablo para desmentir que lejos de los malos presagios, Iguazú es una obra divina de Dios.
En un minuto desesperado de su vida, un día cruento de marzo, Patricia Heck se arrojó a las Cataratas del Iguazú, ante la mirada atónita de turistas que estaban en la pasarela de la Garganta del Diablo y que nada pudieron hacer.
Hoy yo me acordé de la noticia de Patricia Heck que rodó por el mundo, y tal vez pasee con ella por esta majestuosidad divina, que lejos de su imponente imagen, deja impávido a todo al que asiste a su espectáculo.
Viajar a las Cataratas del Iguazú es una aventura con marco deslumbrante en una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo.
La colosal Garganta del Diablo, donde estuve este jueves entre historias maldecidas y visitas encantadoras, es una mirada al mundo real y la majestuosidad de sus bellezas naturales.
Descender por el Iguazú es un viaje a la América indígena, a los tiempos en que los tupís y guaraníspaleteaban las canoas que impulsaban la travesía por el Iguazú.
Rodeado de espesa selva, entre grandes afluentes si vive una experiencia como no hay otra igual.
Las imágenes que deja un día en Iguazú son imborrables: el agua, rojiza como la tierra de las costas que baña parecieran el fin del mundo mismo. Pero No!, Iguazú es un paraíso, entre recuerdos tristes como el de Patricia Heck y el encanto de un entorno pocas veces visto.
Las Cataratas del Iguazú son un patrimonio innegable de la humanidad, un destino paradisíaco, perdido entre el extremo noreste de Argentina y una pequeña parte en Brasil. Saltos de agua de más de 80 metros, llenan allí de vitalidad a la vida. Son casi 3.000 metros de naturaleza pura que retrotraen a todo el que las visita.
El Parque Nacional que encierra Iguazú, constituye una de las zonas con más saltos de agua del mundo: en total existen 275.
Pero hay más en Iguazú. Intrincado en la selva misionera, alberga más de 80 especies de mamíferos, 450 de aves y de 2.000 especies de flora autóctona.
Llegué a Iguazú con los últimos reflejos de luna llena, y estuve a tiempo de comprender que sus aguas son un edén incomparable.
La profundidad del silencio de la selva que atesora su entorno, interrumpido por el constante zumbido de las aguas, parece una avasalladora sinfonía que acompaña lo que a la vista regala.
La Garganta del Diablo, bautizada así por una leyenda guaraní, es un imponente anfiteatro donde millones de toneladas de agua caen permanentemente desde casi 100 metros de altura, generando sonidos que inspiraron a los nativos a llamarla de esa manera, aunque el destino que hoy descubrí me haya dejado cautivo con esta paraíso terrenal.