En cuanto a los vuelos, mi mayor miedo eran los controladores, pero ningún problema en la ida, y tampoco a la vuelta, así que no pudo empezar de mejor forma. El hotel también bien, limpio y céntrico. Y la cuidad, pues hermosa. Grande, pero recogida al mismo tiempo. Con cientos de callejuelas que merece la pena patear, con innumerables y desconocidos monumentos, a cada cual más llamativo. Una ciudad empedrada de arriba abajo en adoquines blancos y negros, sucia, pero inexplicablemente atractiva. Será por los tranvías amarillos, por las fachadas desconchadas, o por darte la impresión de que se detiene el tiempo cuando la observas.
Han sido unos días muy intensos, pues hemos aprovechado al máximo para poder verlo todo. Nada más llegar la plaza Marqués de Pombal nos dio la bienvenida. Nuestro hotel quedaba cerca, y tras dejar las maletas bajamos hasta la plaza de Restauradores, la del Rossio y Figueira. A cada cual más bella. Nos adentramos en la Baixa, recorrimos la calle comercial y nos subimos al elevador de Santa justa, un antiquísimo ascensor que comunica la Baixa con el barrio de Chiado, y que ofrece unas vistas de la ciudad inigualables. Desembocamos en la Plaza del comercio, una enorme explanada con vistas al mar, bueno, al río Tajo mejor dicho...
Ese primer día también lo dedicamos a Alfama, el barrio más antiguo encaramado a una de las 7 colinas de Lisboa, con calles estrechísimas, ropa tendida en las fachadas, con el Castelo de San Jorge en todo lo alto, y decenas de tranvías subiendo y bajando entre los coches...
Haciendo caso de las recomendaciones, el segundo día fuimos a Sintra. Cogimos el cercanías en la estación del Rossio, y nos plantamos en la maravillosa villa de Sintra en media hora. Subimos hasta el Palacio da Pena, y con un tiempo de pena... xD. La niebla en lo alto de la montaña no quiso dejarnos ver la majestuosidad que se intuía. Incluso con las inclemencias del tiempo en nuestra contra, nos pareció maravilloso. Un poco más abajo está el Castelo dos mouros, enclavado en una especie de jardín botánico cuya desmesurada vegetación impresiona. Descendiendo a pie por un camino de piedras se llega de nuevo al centro histórico de Sintra donde pudimos disfrutar también del Palacio real y del Palacio da regaleira. No me extraña que todo sea patrimonio de la humanidad, con tanto arte por metro cuadrado.
Acabamos el día acercándonos al Cabo da Roca, punta más occidental de Eurasia, donde sobrevivimos al viento de forma inexplicable. Después hicimos la conexión con Cascais, para volver en tren a Lisboa.
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El último día lo reservamos a Belem, con la torre de Belém en primer lugar, el monumento a los descubrimientos, y el Monasterio dos Jerónimos. La torre y el monasterio los visitamos también por dentro, y mereció mucho la pena, en especial el claustro del Monasterio dos Jerónimos, sin duda el más bello que he visto nunca. Tras probar los Pasteis de Belem y enamorarme de ellos, decidimos cruzar el Tajo en ferry, y acercarnos a la ciudad vecina de Almada, donde está el Cristo Rey. Desde allí las vistas de Lisboa, y del puente 25 de Abril, muy similar al Golden gate de San francisco, son impresionantes.Finalizamos el día y el viaje, en el Parque de las naciones, con la colosal estación de oriente de Calatrava, y el inmenso centro comercial Vasco da Gama en el que aprovechamos para comprar y cenar.
Al día siguiente nos levantamos, y cogimos temprano el vuelo a Madrid. Y se acabó lo bueno. Me va a costar mucho volver a la rutina... pero lo intentaré pensando que en unos meses me voy de nuevo a recorrer Europa, a destinos mucho mas fríos y septentrionales... ;)