La noticia es tan llamativa como repulsiva: un aventurero madrileño que ha decidido dar la vuelta al mundo en bicicleta se introdujo este martes en una zona de brutal violencia en Pakistán, y facilitó la muerte de seis de los doce escoltas que le protegían de ataques insurgentes.
Que un aventurero pedalee alegremente en lugares así rodeado de doce escoltas es una invitación para el ataque de los terroristas.
Además, tales escoltas, aun estando militarizados, suelen ser vecinos de menos de a dólar diario de soldada, mal entrenados frente a talibanes, secuestradores, guerrilleros separatistas y narcotraficantes, dueños de la zona.
El verdadero aventurero debe jugarse la vida sin implicar en sus locuras a nadie más. Se mata o lo matan, y quizás encuentra así el final que buscaba.
Pero en tiempos actuales y en países medianamente ricos, hay unos nuevos trotamundos que se lanzan al vacío con desprecio hacia las vidas baratas de quienes tendrán que salvarlos.
Cada día son más: a mayores garantías de que alguien los protegerá, más espontáneos salen anunciando, además, el señuelo de que sus viajes tienen intenciones solidarias.
Como las misses, se suben no a unos tacones, sino a cumbres borrascosas, con una pancarta en favor de la paz mundial o contra el hambre. Atraen así las simpatías del buenismo de moda.
Hay un terreno difuso entre el aventurero y las responsabilidades de su país cuando corre peligro. Hay ciudadanos que van al lugar más peligroso del mundo, y si sufren un percance exigen que la embajada les envíe un avión para evacuarlos, y denuncian después a través de algún medio informativo que llegaron tarde.
Aunque es posible que este aventurero, de 27 años y dos carreras universitarias, se haya marchado de España a pedalear porque no encontraba trabajo.
Y ha decidido seguir su viaje, con lo que podrá ponerle muescas a su bicicleta por cada nuevo escolta que muera para abrirle camino.
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