Que Albert Boadella, el autor, actor y director de teatro más importante que ha producido Cataluña tras fundar hace 55 años “Els Joglars” afirme que “me da vergüenza ser catalán, y esto no me había sucedido nunca”, indica que incluso para personas joviales como él su tierra está sufriendo una catástrofe moral, cultural y social.
El dramaturgo que retrató como esperpentos la España de Franco y la Cataluña de Pujol y sus herederos, anunciaba ya en 2007 lo que ocurre ahora en su ensayo “Adiós Cataluña. Crónicas de amor y de guerra”, en el que atribuía los sueños de grandeza de muchos catalanes a la mente enloquecida por una exagerada autoestima.
Dice ahora que “no hablo únicamente de los políticos, sino de aquellos que se van a Bruselas a ver a un capullo nacionalista que se cree Guillermo de Orange. Y eso sí me preocupa, que se crean en posesión de la verdad, que no se les quiebre esa seguridad”.
Se queja de que la educación esté en manos de separatistas, lo que moldea mentes tan ególatras como las de Puigdemont, Junqueras o Gabriel, que sólo se informan además con los medios afines, lo que crea “fanáticos hasta el extremo, como una fe religiosa de las de antes”.
Solo ve una posible salida a esta locura, “que sufra la economía y el ciudadano lo note en su bolsillo: es un escarmiento desde luego duro pero que puede funcionar”.
Podría ser: los catalanes pasaron de nivel de vida más alto de España al iniciarse las Comunidades Autónomas al cuarto puesto, aunque se nieguen a aceptarlo.
El desempleo y la pobreza que generará la huida de empresas, 3.007 sólo de momento, quizás ponga al independentismo en su lugar al bajarlo del su vacuo limbo.
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SALAS