Se iluminó de repente, y quizá yo debí sentirlo antes, pero no lo noté. La curva se hizo eterna y su trazo más grueso de lo que prometía, mientras brillaba en rojo en el salpicadero de mi coche y saltaban las letras y pitidos en un grito de urgencia. Apenas tuve el tiempo justo para dominar el volante y acompañar sus últimos estertores hacia el arcén, la mano izquierda en el volante, la derecha ya encendiendo las luces de emergencia.
Era el kilómetro 108 de la autopista cuando el Negrevercarruaje fallecía...