Revista Economía
De acuerdo; el riesgo de que se produzca un corralito (restricciones en la disposición de efectivo) en España es muy bajo. Y el de un corralón (devaluación de la moneda nacional respecto a la de referencia) todavía menor. ¿Más tranquilo? Lo dudo. Es como si te dijeran: hay 1 posibilidad entre 100 de que tu casa se venga abajo. A pesar de la probabilidad del 99% de que no ocurra nada, te marcharías de inmediato hacía un lugar más seguro. Pues, precisamente eso es lo que han venido haciendo los grandes capitales durante los últimos años.
Y no me refiero al caso de Emilio Botín. Que el principal banquero español tenga su dinero en Suiza tan solo es una (bochornosa) anécdota. Ampliemos el foco: durante el primer trimestre de este año han salido de España más de 97.000 millones de euros. Vamos, que en solo tres meses se ha esfumado casi la misma cantidad que ahora se reintroducirá vía el sistema bancario (brillante idea, si señor). Suponer que esta inyección anunciada a bombo y platillo (con el nombre de rescate, préstamo, o como se le quiera llamar), va a solucionar los problemas de nuestra economía es casi tan ingenuo como albergar dudas acerca de quién va a acabar pagando los 100.000 millones.
Llegados a este punto, la pregunta clave es: ¿Qué hacer con esos ahorros que tanto esfuerzo ha costado reunir?
El primer impulso consiste en agarrar todo el dinero y ocultarlo en bancolchón. Pero a no ser que dispongas de un lugar totalmente seguro, se trata de una opción poco recomendable. Arruinarse en compañía de todo el país sin duda es muy duro, pero aún peor sería quedarse sin blanca en solitario por un robo o accidente doméstico. Además, tener que custodiar uno mismo su dinero puede ser fuente de un estado de nervios insoportable, que bien podría acabar provocando conductas paranoides.
Por otra parte, aunque mucha gente lo desconozca, los billetes de euro incluyen una marca identificativa de su país de procedencia. Toma un billete cualquiera y observa la letra impresa que precede a una ristra de números. ¿Lleva una “V”? Entonces tienes en tus manos un billete genuinamente español. La codificación funciona de la siguiente forma: en su día se ordenaron alfabéticamente todos los países por su nombre (en su lengua oficial). A partir de aquí se fueron asignando letras en orden inverso. Es decir, por ejemplo a Bélgica, la primera de la lista, se le otorgó la letra “Z”. Y así sucesivamente. De hecho, en un arrebato de optimismo, hasta al Reino Unido se le asignó letra (la “J”). Aunque no parece que estén demasiado por la labor de unirse al club del euro. Tal y como se las gastan en la City, imagino que habrán titulizado el derecho de disponer de esa letra, o constituido un derivado financiero, o creado un swap con la “K” sueca. Ya para acabar con esta sopa de letras, comentar que según dicen los billetes griegos llevan una “Y”. Pero para comprobarlo habría que ir a Suiza, país que acumula más de 200.000 millones de euros del país heleno.
Hay quien ha llegado a insinuar que se podrían emplear las marcas de los billetes para discriminar entre euros (diferenciándose los buenos, de Alemania, Francia… de los malos, España, Portugal…). Sería algo demencial, pues tras 10 años de euro tenemos un elevado grado de mestizaje monetario. Pero en estos tiempos extraños todo es posible y quizás a alguna mente privilegiada de Bruselas o Frankfurt se le ocurra que en caso de corralito o corralón, los billetes del país en cuestión solo sean aceptados como euros “buenos” si están en posesión de un residente en un país también “bueno”. Así que, por si las moscas, no estaría mal ir retomando la relación con los descendientes de ese familiar lejano que emigró a Alemania en los años cincuenta, como posibles testaferros.
Descartada la opción de guardar el dinero en efectivo, otra alternativa intuitiva pasa por abrir una cuenta o un depósito en un banco extranjero que opere en España. Por ejemplo ING o Triodos Bank, en caso de quiebra, contarían con el respaldo del Fondo de Garantía de Depósitos holandés. El importe garantizado es el mismo que en España (100.000 € por titular), pero con la diferencia de que mientras la prima de riesgo holandesa es de menos de 50 puntos básicos, la española supera los 500 (Y pensar que no hace muchos siglos fue colonia nuestra… Ay, si Felipe IV levantara la cabeza…). Sin embargo, al operar estos bancos en territorio nacional, se sitúan bajo la supervisión del Banco de España, lo que en caso de corralito se encontrarían en la misma situación que las entidades del país.
También existe la posibilidad de abrir una cuenta en divisas en cualquier banco español, y cambiar euros por francos suizos, dólares americanos, coronas danesas… Ahora bien, aunque te digan que la operación está exenta de comisiones, acabarás pagando un 3%-5% debido al tipo de cambio aplicado. Y lo mismo para el viaje de vuelta, si algún día decides recuperar tus euros. Tampoco es mucho, puedes pensar. Lo peor es que llegado un hipotético corralón, los expertos intuyen que a todos los residentes con divisas se les invitaría a recuperar sus euros (ya devaluados, por supuesto). Eso es al menos lo que ocurrió en Argentina. Aunque la incertidumbre es absoluta. Todos son meras especulaciones, ya que no existe un manual de instrucciones para la salida del euro.
Hablemos ahora del producto estrella del momento: los bonos alemanes. La avalancha de demanda es tal que su rentabilidad ha pasado a ser negativa. A partir de un importe aproximado entre 25.000 y 50.000 € es probable que el departamento de Banca Privada de tu banco pueda canalizar esta inversión. Su talón de Aquiles: por un lado, como es obvio se trata de una inversión en euros (por lo que no nos libra del riesgo moneda), pero además, si algún día se impone el sentido común en la Unión Europea (ya dije antes que todo es posible, hasta lo coherente) y se avanza hacia la integración fiscal, quien posea bonos alemanes verá su precio caer (pues absorberá los riesgos de la Europa periférica). Más allá de la rentabilidad, la inversión en el bono alemán no deja de tener su punto de perversión. Precisamente este flujo masivo es el que está impulsando hasta cifras récord la prima de riesgo española (diferencial entre el bono a 10 años alemán y el español). Dicho de otro modo, un español que invierta en bonos alemanes está contribuyendo a cavar su propia tumba…
Pero no nos pongamos en plan fúnebre y sigamos buscando. ¿Por qué no invertir directamente en valores y fondos fuera de la zona euro? Es probable que nuestro banco de toda la vida nos permita hacerlo. Pero aquí nos topamos con otro problema: el de las cuentas ómnibus. La mayoría de bancos españoles canalizan la operatoria exterior de sus clientes utilizando una única cuenta, a nombre del propio banco. Ésta aglutina las operaciones del conjunto de sus clientes. Es decir, que aunque compres un valor de la Bolsa de Nueva York, o un fondo de Inversión asiático, de cara al mundo, el titular es tu banco, no tú. Ello conlleva un importante ahorro de costes (está por ver si ello se traduce en menores comisiones para el cliente...), pero sobre todo, supone un elevado riesgo para el inversor. El Banco de España ha lanzado diversas advertencias en este sentido, obligando (en teoría) a informar de esta circunstancia a los clientes.
Pero incluso superado el escollo de las cuentas ómnibus, la inversión en el extranjero presenta no pocos interrogantes. Por ejemplo ¿Qué mercado es el más propicio? Echando un vistazo… podemos llegar a la conclusión de que en todas partes cuecen habas. EEUU lleva años de política monetaria expansiva (vamos, que su máquina de imprimir billetes está que echa humo), práctica que acabará reflejándose tarde o temprano en la cotización del dólar. Japón, aunque últimamente casi ni se hable, sigue sin levantar cabeza. A principios de mes hubo una crisis de gobierno que se llevó por delante a un tercio de los ministros, con la espada de Damocles de la deuda pública japonesa (del 210% del PIB!) cada vez más acuciante. China, aparte de que invertir en una dictadura debería incomodar a nuestra conciencia, su funcionamiento es tan opaco e intervencionista que imposibilita valorar cualquier inversión siguiendo criterios estrictamente económicos. Y por último, América del Sur. A pesar de haberse ganado la etiqueta de mercado emergente, países como Brasil están dando síntomas de recalentamiento. En este sentido el FMI ha publicado varías notas alertando de la gestación de una burbuja inmobiliaria.
Siempre queda Suiza, hasta la fecha, el refugio más seguro. El peaje son las altas comisiones, cuando no te dan directamente con la puerta en las narices, si el capital no alcanza una cifra mínima entre 100.000 € y 300.000 €, según la entidad. Y es que las puertas de los paraísos fiscales no están abiertas para el común de los mortales. “Sólo faltaría que dejaran entrar a cualquiera” dirá la élite. Resulta un tanto paradójico que solo aquellos que han provocado la crisis puedan ahora refugiarse de ella en los paraísos fiscales. Por internet pululan ofertas de todo tipo prometiendo una cuenta suiza a bajo coste, pero inspiran casi menos confianza que los bonos de nueva Rumasa al 8%.
En cuanto a Andorra, opción más accesible y menos costosa, cabe destacar 2 puntos débiles. Primero, desde el año pasado funciona un acuerdo de colaboración con el estado español, según el cual las autoridades pueden intercambiar información cuando exista una investigación judicial fiscal abierta (hasta 2011 la cooperación se limitaba al ámbito penal). Ahora bien, ello tampoco quiere decir que el principado vaya a pasar a Hacienda el listado de todos sus depositarios. Y segundo, Andorra utilizaba la peseta antes del euro. En caso de corralón en España, es posible que el tsunami acabara arrastrando también al pequeño país.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que al abrir una cuenta en el exterior es obligatorio comunicarlo al Banco de España (mediante el modelo DD1) en un plazo máximo de 1 mes. Aunque ello podría levantar la liebre de posibles inspecciones fiscales, últimamente van tan desbordados que resulta poco probable que puedan hacerlo, al menos en el corto plazo.
Y no podemos olvidarnos de un clásico: el oro. Hay economistas que incluso pregonizan una vuelta al patrón oro, abandonado en 1973. A fecha de hoy, este noble metal ofrece diversas modalidades. La más directa: adquirirlo en monedas o lingotes. Pero entre sus contras, además de los inconvenientes antes comentados sobre bancolchón, destaca que para inversiones modestas, la diferencia entre el precio al que se compra y al que se vende, puede comerse la potencial ganancia. Una alternativa es invertir en un fondo cotizado (más conocido por sus siglas en inglés: ETF) que replique la evolución de su cotización. O comprar acciones en empresas extractoras de oro. Pero, en cualquiera de estas modalidades de inversión, cabe advertir que el precio del noble metal se ha disparado durante la última década, y en los últimos meses ha dado señales de agotamiento en su recorrido alcista. Aún así, no son pocos los que piensan que ni existe, ni puede llegar a producirse, una burbuja aurea.
Lo mismo se decía hasta hace poco del sector inmobiliario, y vaya una se lió. De todos modos, los precios de los inmuebles ya han sufrido una severa corrección, de manera que tampoco es descabellado plantearse alguna inversión en viviendas de reducidas dimensiones, ubicadas en capitales o en primera línea de playa (siempre de forma muy selectiva y en zonas consolidadas, claro). El problema es la incertidumbre y la escalada de los costes asociados que conlleva. Algunos IBIs y suministros han subido su precio escandalosamente (si aún queda algo que nos pueda escandalizar), y las perspectivas parecen ir en la dirección de seguir asfixiando al pequeño propietario.
Después de toda esta amalgama de posibilidades, temo haber decepcionado a quien buscaba para su dinero un lugar seguro, liquido, sin comisiones, y ya puestos con una rentabilidad del 10% TAE. La pregunta clave sigue sin respuesta ¿Qué hacer? Si estás confundido y tienes la sensación de estar en cierta manera atrapado, siento ser yo quien te diga que no se trata solo de una sensación. Así están establecidas las reglas del juego, y a los peones no nos queda otra que avanzar, despacio, hacia delante. Intentando, eso sí, poner nuestro granito de arena para conseguir unas reglas más justas. Y mientras ese cambio llega, que llegará, hay que evitar actuar guiados por la codicia (te intentarán convencer de que todo peón puede llegar a ser rey) y el pánico. Es como si te topas con un jabalí en la montaña. Salir corriendo puede tener fatales consecuencias. Es mejor quedarse quieto unos segundos, relajarse, analizar el entorno, el comportamiento del animal, y entonces comenzar a recular poco a poco.
A partir de ahí, resulta fundamental utilizar el sentido común: trabajar con las entidades que nos inspiren más confianza (o mejor dicho, menos desconfianza), y diversificar en diferentes activos y entidades, siempre rehuyendo de productos con una rentabilidad extraordinaria. El binomio rentabilidad-riesgo en finanzas es indisoluble.
Pero sobre todo, jamás, en ningún caso y bajo ningún concepto, contrates un producto financiero ofrecido proactivamente por tu banco. Seguro que tiene un elevado interés, pero para él, no para ti. Las cuotas participativas de la CAM, las acciones de Bankia, los swaps de interés en hipotecas, los pagarés o las participaciones preferentes de la mayoría de entidades son ejemplos categóricos sobre la calidad del “asesoramiento” del sistema financiero en nuestro país.