Ayer soñé en una mañana serena y hermosa, me encontraba en un grandioso patio palaciego rodeado de frutos, flores y emparrados. Aromas suaves entremezclados con mirto, romero geranios, claveles y hortensias. El cielo se vestía de un azul intenso alejando a los negros nubarrones y con ello al frío y la desilusión. Paseaba entre grandes cipreses, fuentes que dejaban caer chorros de agua cristalina. Todo me inspiraba sentimientos de armonía y felicidad, todo era delicado y hermoso. El silencio tan solo se veía interrumpido por el sonido del agua, el alegre canto del ruiseñor, el gorjeo de los mirlos y los chillidos de las inquietas golondrinas.
Las paredes de un gran edifico palaciego proyectaban sombras en el exuberante jardín, por el que habían transcurrido sin duda, el paso de los siglos, gentes, leyendas, princesas, reyes, de los que tan solo las paredes del mismo o aquellos esbeltos cipreses eran callados testigos. Caminando por el agradable paseo llegué hasta una terraza, sobre la que se asomaba una vista espectacular con fértiles valles, cerros rocosos y grandes planicies. Contemplé el bello paisaje que me ofrecía mientras un viento ligero fresco, puro y suave acariciaba mi rostro.
El sol iba ganando altura según avanzaba la mañana haciendo brillar el valle, tocando con sus rayos el transparente follaje de los espesos bosques en la lejanía. Abandoné el hermoso balcón y continué paseando por los jardines de este paraíso terrenal que retaba a mis sentidos, con colores aromas y sonidos que nunca había experimentado. En este apacible escenario en el que me encontraba no parecía existir el tiempo, ni en pasado ni en presente, tan sólo existía ese instante preciso. Me encontraba como prisionero en el tiempo, entre los jardines de un inmenso palacio, digno de reyes, ahora silenciado por el paso de los siglos, aguardando mudo en un enclave estratégico en lo alto de una colina, erigiéndose cual monumento ante la callada ciudad.
Quise imaginar a los antiguos moradores de aquella residencia. Por un momento pude escuchar el sonido de las dagas, las espadas, el trote de los caballos, la dulce voz de la princesa, el ajetreo de tanta gente que podría estar al servicio de los dueños de semejante construcción. Dejé atrás las gestas y hazañas del pasado y me concentré en el momento, en admirar toda aquella belleza y la paz que me ofrecían los paisajes que tenía alrededor, una paz y una calma difícil de encontrar en nuestras ajetreadas vidas.
Aquellos jardines silenciosos, rodeados por edificios, cual refinados palacios de oriente, desaparecieron cuando desperté y volví a los paisajes conocidos de la ciudad, alejados de los suaves sonidos del ruiseñor y las fuentes, que eran sustituidos por el grave sonido de los motores de los coches y el silencio del tumulto cotidiano. Hoy persigo mi sueño y quiero buscar aquellos jardines y la historia de un palacio que seguro existe en algún lugar del sur.
Y Quizás nada mejor para ilustrar el post que esta pieza; Recuerdos de la Alambra de Francisco Tárrega.
Y hablando de sueños también me gustaría dejar esta canción del grupo Abba, I have a dream