e apartado los variados y floridos geranios con los que intento adornar y alegrar el balcón. Macetas que moraban lustrosas plantas heredadas de mi querida abuela que con tanto mimo ella cuidaba y que yo no he sabido mantener y en las que he tenido que realojar plastificados floripondios 'made in China de la esquina' y que, por su cantidad, apenas permiten apoyarme en la baranda. Estoy dubitativo -estado normal en mí-. No sé si tirarlas a la calle o en su defecto arrojarme yo.
Y es que tengo una pena muy grande que me oprime las entrañas, me ahoga, me tiene con estas pintas que ni tan siquiera pintas son. Ojos llorosos, moqueante la nariz, la voz ni me sale, revuelto el escaso cabello. No me he cambiado de ropa en tres días, ni tan siquiera me la he quitado. No como, no bebo, no duermo, no ... eso, sí, lo que piensa. Si fumara seguro que ni un mal pitillo o colilla me llevaría a la boca por la desgana. Vivo, que en realidad no es vida, en un continuo suspiro, en un interminable quejido lastimero. Tal es así que aquellas gritonas, teatreras y enlutadísimas plañideras de postguerra son los hermanos Tonetti a mi lado... ¡¡Ay, que pena, penita, pena!!.
Y es que era él tan majo, tan bueno, tan chiquitín, tan amigo mío del alma. En él tenía yo depositada toda mi confianza. Le contaba abiertamente mis secretos más íntimos, mis alegrías, mis pesares, incluso las verdades de mis declaraciones de la renta (que ya es!). Nunca discutía y siempre estaba al alcance de la mano cuando necesitaba de él. Nunca jamás -lo juro- me dio un 'NO' por respuesta, aunque también es cierto que el muy puñetero tampoco me dio un 'SI', ni un 'YA VEREMOS' tan siquiera. Era muy calladito el jodido.
¡Ay, qué triste que me ha dejado!. Se ha ido, cabroncete, sin un adiós, sin un portazo, sin un 'que te den!' al menos. A la chita callando se ha apagado su 'lédica' luz... pero qué sólo que me has dejado, Chindasbinto!!. ¿Cómo me ha podido hacer esto? ¿a mí?. Yo que le cuidaba con tanto esmero, que le daba de comer, le acostaba y le levantaba. Le llevaba de aquí para allá, le aseaba, le ponía incluso a hacer caquitas si lo demandaba. Yo se lo hacía todo-todito-todo, que era muy inútil, muy necesitado de cuidados el pobrecico mío.
Ayyy!!... que se me ha muerto el tamagochi V4.5 de los cojones que me regalaron por Reyes. No sé la causa exacta, quizá un infarto de pila, una disfunción 'botonal' o un virus de esos a los que era tan propenso él. También puede que la culpa la tenga yo por no haberme preocupado en llamar a esa 'canguro de tamagochis'. Esa señorita centroeuropea (no se me descojone que la noticia es cierta) y que dicen se está forrando la espabilada con la chorrada de cuidar de estas cibermascotas cuando sus despendolados amos se lían la manta a la cabeza y salen de noche jarenosa. Que por lo visto existe gente rara y orate hasta este punto. ¡Qué mundo éste, Dios mío!
Ahora tendré que llamar urgentemente a ese otro 'listillo', también de por esas tierras del norte (pero ¿qué se meterán?), que aseguran -así como se lo cuento- se está cubriendo el riñón de oro haciendo maravillosos (¿?) funerales y entierros para tamagochis finados. Si es que es para cerrar, bajar la persiana y marcharse a otro planeta.
He pensado (ya ve usted) que lo más barato y seguramente más íntimo y serio (dentro de una supuesta seriedad) sea que le de pala y tierra al Chindasbinto yo mismamente en una de esas pintorescas macetas de los artificiosos geranios chinos de mi (y suyo) balcón. De esta manera me ahorro también el llevarle flores. Y por cierto, debo darme prisa en hacerlo puesto que el chip de Chindasbinto ya empieza a soltar un cierto tufillo a transistor quemado. Amén