Quien busque en Google imágenes de Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero con los dictadores sirios Al Assad, padre e hijo, el egipcio Hosni Mubarak, el libio Gadaffi o el tunecino Ben Ali, encontrará decenas, algunas de enternecedora amistad.
Les unían los intereses. Pero en cuanto se vio que grupos de ciudadanos se levantaban contra sus dictaduras seculares, España, como todo Occidente, apoyó las falsas “primaveras árabes”.
Los democratizadores eran minoría y sus iniciativas fueron secuestradas por algo mucho peor que la Inquisición española del siglo XV: se le facilitó el poder a lunáticos religiosos como los Hermanos Musulmanes y a sus allegados salafistas.
Que a su vez están cerca de movimientos terroristas como Al Qaeda, y de quienes supuestamente masacraron en 2004 a 191 personas en los trenes de Madrid.
Brutalidad que está viéndose desde hace 21 meses en Siria, donde ha habido unos 60.000 asesinatos.
No se sabe quiénes son los mayores fratricidas, si los soldados de Bashar al-Assad, o los rebeldes a los que apoya el Occidente secular, pero de cultura cristiana, y que masacran a quienes son menos islamistas que ellos, especialmente a los cristianos.
En este choque de irracionalidades, la de las dictaduras y las de la religiosidad más feroz, España y el resto de Occidente han decidido ayudar no a los secularistas, sino a quienes, a la larga, serán el verdadero enemigo.
Porque su objetivo es unirse bajo la Umma, la comunidad religiosa sin fronteras. Veremos caer a los regímenes seculares o semiseculares de Jordania, Argelia y Marruecos, y enseguida oiremos a miles de imanes exigir que España vuelva a ser tierra de Alá.
Sí. Habrá que disponer de espionaje eficaz y buena defensa porque vuelve el salafismo y pronto estaremos en 711.
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SALAS
Aparte, recordemos una viñeta de días pasados sobre la que escribe un artículo Alfredo Conde, premio Nadal y Nacional de Literatura.
Y, para terminar, endulcémonos con el roscón de Reyes pasado el día de comerlo.