A veces me pregunto si no estarían mejor calladitos. Algunos de ellos, contratados por televisiones o radios, se ven obligados a decir algo cada programa y ante la aburrida repetición a estas alturas de los mismos comentarios, se atreven a seguir echando leña al fuego, con la consecuencia de avivar si cabe el desasosiego del ciudadano de a pie. Cuando los economistas hablan demasiado y alguien les presta un altavoz, las consecuencias pueden ser terribles, porque pueden provocar aquello que predicen, y así autoalimentarse. Librenos Dios de los “expertos” convertidos en estrellas mediáticas y obligados a lucirse cada día.