La porquería fascista de izquierda se desató ayer en la Universidad Complutense de Madrid contra la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, que acudió para recibir un título de "alumna ilustre". Lo que se vio ayer en la Complutense, donde el odio y la violencia de la izquierda se desataron contra Ayuso, demuestra que el socialismo y el comunismo han destrozado también la universidad española, algunas de cuyas facultades son hoy nidos de futuros "chequistas" y "camisas pardas" del rojerío hispano. El gobierno de Sánchez tiene el deber constitucional de condenar la exhibición de odio desatada ayer contra Ayuso en la universidad complutense de Madrid, pero, por desgracia, el sanchismo, cobarde y miserable, guardará silencio ante la barbarie fascista roja y no hará nada. ---
Ayuso, vapuleada ayer por el fascismo rojo en la Complutense, ha demostrado su valentía y dignidad plantando cara al asedio de la ultraizquierda, que le llamaba asesina con gritos histéricos: «Seguiré viniendo a la Complutense toda mi vida». El gobierno, obligado a condenar el odio desatado, guarda silencio cobarde y cómplice.
La reacción de Ayuso frente a la barbarie roja ha sido ejemplar y calmada. Ha definido sus años de universidad como «los mejores» de su vida hasta que se convirtió en inquilina de la Puerta del Sol, ha dicho que seguirá acudiendo a la universidad y ha defendido la «Universidad Pública y plural», así como «la libertad de expresión, tan amenazada hoy en día en el mundo».
La Complutense es la madriguera de Podemos y una de las más florecientes canteras del comunismo hispano. Allí, en la masa de rojos, no existe la tolerancia, ni la democracia, ni la decencia. La violencia y el odio se desatan contra todo lo que piense distinto a los mandatos del marxismo leninismo. Pero, a pesar de ser el foco más sucio de la violencia, la intolerancia y el odio, el gobierno de Sánchez es incapaz de condenar la barbarie desatada, ya sea por miedo a perder votos o porque en el fondo admira y aprueba el fascismo rojo desatado contra los adversarios.
En las universidades españolas, en decadencia, florecen la intolerancia, la violencia y el odio, mientras retroceden la ciencia, la calidad intelectual y el esfuerzo, en gran parte como consecuencia de la politización y del proselitismo de las izquierdas, que llevan décadas, desde la etapa final del Franquismo, envenenando las aulas con odio, intolerancia y fascismo rojo.
Para colmo de males, el ministro de universidades del gobierno de Sánchez, un desconocido que procede de las huestes de Ada Colau, dijo que lo ocurrido le parecía "normal".
También había alumnos que aplaudían a la presidenta de Madrid, quizás la mayoría, pero el ruido y el odio de los rojos eclipsaron sus aplausos. El estruendo del rojerío gritando "¡Fascista, estás en nuestra lista!" era nauseabundo en un recinto universitario, donde se supone que deben florecer la ciencia, la verdad y la cultura con mayúsculas.
Ni reaccionó el gobierno de Sánchez, ni lo hicieron las feministas, demostrando ambas partes su sectarismo y odio. Si la vapuleada hubiera sido una mujer de izquierdas, las televisiones y las condenas públicas habrían bramado.
La Complutense proyectó ayer la más fiel imagen de la España real, la que se oculta detrás de la simulación del día a día, un infierno de odio preparado para una guerra civil que han construido nuestros partidos políticos fracasados fomentando la corrupción, dividiendo la sociedad, enfrentando a las derechas y las izquierdas y dando alas a los odios e intolerancias que han puesto sus huevos en las universidades, en la lucha política y en los nacionalismos que alimentan cada día el odio a España.
Los dos grandes partidos políticos españoles, los que han gobernado y construido desde el poder la España actual, sin democracia y sin valores, apostando por la suciedad y el enfrentamiento, deberían reflexionar ante los asquerosos sucesos de ayer y admitir que ellos, por haber gobernado de manera pervertida y por haber alimentado el odio y la división, son los culpables de esta España quebrada en la que vivimos.
Francisco Rubiales