Más allá de que vas a una boda a acompañar a tus amigos en un momento especial para ellos, y que yo fui con muchísima ilusión (la novia, despampanante, increíblemente guapa), una boda es el pistoletazo de salida para que ya no te pregunten "tienes novio" ni "cuando te casas". Ahora toca la de "y el niño para cuándo". ¡¡¡¡Madre mía!!!! pues ya veremos. Por lo pronto, vamos a
Pero, la razón de este post en este carnaval, es la realidad de lo que supone ir a una boda cuando ya tienes hijos. 3, para más inri.
Lo primero, los niños se quedaron con los abuelos....¡¡benditos ellos! Inocentes! Eso sí, repartidos, 2 y 1. Otra cosa, demasiado para sus bodies.A continuación, lo maravilloso que es echarlos de menos. Sí, soy una de esas mujeres locas que echan pestes de sus hijos y al mismo tiempo los echan de menos. ¡Que rara soy! Ajjajajajaja.
Pero bueno, el caso es que nos fuimos el viernes por la tarde. 600 kms ......para que luego no digan que no está lejos. Fuimos en coche, sí, pero a pesar de que 600 kms son muchos, es cierto, esas horas son un placer en algunos momentos.
Me di cuenta de las diferencias entre viajar con los niños o no:
- música. la que quisimos. Ni tocar el disco de cantajuegos ni los cuentos, ni tener que explicar qué castillo es ése, ni contestar cuánto falta desde el minuto 1 de viaje. Y nada de "ese castillo de quien era? de un señor. Ya, ¿pero como se llamaba? El señor de Lodones. Porque es el castillo de Torrelodones"
- hablar. sin interrrupciones, sin dormirnos durante la conversación.
- el coche no olía a galletas, a gusanitos ni a caca.
- hicimos dos paradas de menos de 20 minutos cada una. El viajé duró 3 horas menos que en otras circunstancias.
Y llegamos. Conseguimos llegar además a tiempo, sin manchas, y sin haber olvidado nada.
¡¡¡Y encima, nos lo pasamos genial!!!