José María Aznar parece no darse cuenta de que es odioso para la media España que nunca lo votaría, aunque sí lo botaría, y que también es poco simpático para la otra media que sin embargo volvería a elegirlo porque cree que fue un buen presidente de Gobierno.
Y aunque algunas de sus declaraciones políticas sean razonables, las expone con tal espíritu de superioridad que quienes lo detestan las rechazan, y para oponérsele adoptan las posturas contrarias más irracionales.
Lo acusan de separador, pero Aznar le hizo grandes concesiones a los nacionalistas vascos y catalanes durante sus dos mandatos:
Xabier Arzalluz reconocía que nada más llegar al poder en 1996 Aznar le había entregado al PNV en una semana más derechos de autogobierno y soberanía que Felipe González en 14 años.
Un regalo que en Cataluña se amplió a la defenestración, pedida por Jordi Pujol, del dirigente popular más exitoso y temido allí por los nacionalistas, Alejo Vidal-Quadras.
Más tarde le entregó la educación a las CC.AA., lo que le permitió a los nacionalistas gobernantes crear textos escolares en los que cuando aparece España es como agresora, y sus regiones como agredidas.
Entregó también la sanidad y diferentes impuestos, como parte del IVA y el IRPF, por lo que a Zapatero, cuando tuvo que hacer cesiones para conseguir el apoyo nacionalista en sus dos gobiernos, sólo podía donar casi toda la soberanía, como hizo en el primer borrador del Estatuto catalán de 2006.
Advierte ahora Aznar que, con la supuesta independencia de Catalunya, además de la de España, pone el peligro la integridad de esa Comunidad.
Y a pesar de que tiene razón, los secesionistas responden mostrándose más soberbios que él y rechazan su aviso: quizás veamos las comunidades independentistas rompiéndose en cantones como durante la I República.
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SALAS