Revista Cine
Dos de mis hijos están en Madrid, participando ya de la Jornada Mundial de la Juventud. Hoy han estado en la Misa celebrada en Cibeles.La afluencia masiva de jóvenes españoles y de todo el mundo ponen de manifiesto que el hombre, también en las primeras etapas de su vida, se siente irremisiblemente atraído hacia su Creador, por ese afán por lo sublime y lo inefable que no puede ser satisfecho por ninguna otra realidad. Entonces, el hombre es libre para seguir ese, podríamos decir, "instinto", aplacarlo con sucedáneos o, simplemente, intentar reprimirlo a lo largo de la vida entera.A Madrid irán un millón de peregrinos, dos millones, o 500.000 (ya estoy imaginando la crónica de algún diario). Pero se equivoca quien piense que se tratará de una multitud uniforme de niños pijos, mojigatos, seminaristas, monjitas, grupos parroquiales, catequistas, o neocatecumenales. Sin duda, muchos peregrinos entrarán en alguna de estas categorías, pero la gran mayoría está formada por personas que, pese a sus altibajos, quieren a Jesucristo. Aún más, también estarán jóvenes que dudan, que hace tiempo que no van a Misa, que son escépticos, agnósticos o, simplemente, curiosos. Jesús de Nazareth, hace 2000 años, gustó también de su compañía. Como el mismo Ratzinger decía antes de ser Papa, todos son miembros de la Iglesia, recibiendo en diferentes grados la Gracia de Dios.La JMJ no es una celebración "de buen rollo", tampoco es un certamen musical de canciones de iglesia, y mucho menos un alarde de "orgullo católico". Es, no me cabe duda, una invitación vitalista, enérgica y alegre a tomarse en serio a Jesucristo, a descubrir la intimidad con Él. El Papa hablará al (co)razón de todos los peregrinos, pero en realidad será el Espíritu Santo quien muestre a cada uno el proyecto que Dios le tiene preparado. Y luego, el hombre hará lo que le dé la gana, pese a quien pese.