Revista Cine

Baarìa

Publicado el 06 enero 2011 por Diezmartinez
Baarìa
Debo confesar que, aunque disfruté mucho, en su momento, la oscareada Cinema Paradiso (1988) -por lo menos la versión estrenada en México, que fue de 124 minutos-, Giuseppe Tornatore no es un cineasta que yo haya seguido con interés. No me molesta su sentimentalismo -esto no es un defecto, sino una característica, como la vulgaridad-, pero nunca lo he visto como un autor que tenga algo realmente importante qué decir. Es un buen artesano y es capaz de mantener el interés del espectador durante buena parte del tiempo, pero su obra nunca me ha convencido del todo. Vamos, no me molesta pero tampoco me entusiasma.
No he visto su opera prima Il Camorrista (1986) pero sí Todos Estamos Bien (1990), el filme que siguió al éxito mundial de Cinema Paradiso. Y aunque este inconfesado remake de Historia de Tokio (Ozu, 1953) se sostenía por sí mismo -y más con la presencia protagónica de Marcello Mastroianni-, la realidad es que la película no pasaba de ser un buen melodrama gerontofílico/familiar y nada más. Cuando volví a revisar un filme de Tornatore, diez años después, me encontré con la detestable Malena (2000) -me refiero a la película, no a Monica Bellucci, but of course- y me convencí que no me había perdido de nada al no seguir con cuidado la filmografía de cineasta italiano. Su siguiente cinta, La Desconocida (2006), fue mucho mejor: un convencional melodrama femenino aderezado con buenas dosis de suspenso hitchcokiano. Parecía, pues, que Tornatore era capaz de explorar otros terrenos pero su más reciente filme, Baarìa: Amor y Pasión (Baarìa, Italia-Francia, 2009), nos regresa a la realidad. Me refiero a la realidad de los límites de Tornatore.
Un saga familiar semiautobiográfica escrita por el propio Tornatore, la cinta sigue la vida de tres generaciones de la familia clasemediera Torrenuova, que vive en el pueblo siciliano de Bagheria, conocido popularmente como Baarìa. El filme inicia en los años 20, con el inminente ascenso del fascismo, y finaliza a finales del siglo XX, cuando el joven equivalente al propio Tornatore deja el pueblo para irse a la gran ciudad a ganarse la vida y, se entiende, convertirse en cineasta.
Tornatore no aburre. Es cierto, su película pasa innecesariamente de las dos horas y hay personajes que bien pudieron haberse eliminado sin haber dañado la cinta -por ejemplo, la adivina y su monotemático hijo-, pero también es cierto que el manejo de las transiciones entre una época y otra son tan funcionales como elegantes, que todo el reparto se mueve en los fellinescos terrenos del regocijante exceso actoral -a ratos la sombra de Amarcord (1973) resulta abrumadora- y que la ambientación de época es, previsiblemente, impecable.
No falta el autoplagio cinefílico -el joven comunista Peppino (Francesco Sciana), futuro padre de Tornatore, se roba a su novia Mannina (Margareth Madè) inspirado por una película con Fred Astaire- ni las consabidas dosis de sentimentalismo, marca de fábrica de Tornatore, si es que existe una. Sin embargo, lo único realmente chocante -por lo menos para mí- fue el coqueteo realista-magicoso del final. Yo aguanto bien la melcocha, pero no soporto los devaneos dizque poético-fantásticos. No en el cine, por lo menos.

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