Muchos quedamos un tanto decepcionados tras la salida de Edgar Wright de un proyecto como Ant-Man (Peyton Reed, 2015). A priori, hubiera sido genial comprobar cómo se desenvolvía el director en una película de superhéroes, pero tras ver Baby Driver creo que su decisión fue la más acertada. Ahora podemos disfrutarle en todo su esplendor, sin el encorsetamiento que implica el dirigir una cinta Marvel en cuanto a libertad creativa.
En un principio, podríamos definir a «Baby Driver» como una suerte de versión luminosa de Drive (Nicolas Winding-Refn, 2011). Pero ojo, esto es lo que cualquiera verá a primera vista. Sin embargo, la película de Edgar Wright contiene más sutilezas aunque tal vez no más fondo, cosa que tampoco busca. Su sencillez conceptual resulta brillante porque sirve para brindarle al espectador 90 minutos de diversión y virguería formal, en un verdadero espectáculo para los sentidos.
La trama de «Baby Driver» sigue a Baby, un adolescente inmerso en una organización criminal que se dedica a atracar bancos. El papel de Baby es el de conductor gracias a su prodigiosa destreza al volante. Las cosas no tardarán en torcerse para el protagonista, que se verá inmerso en una situación delicada de la que parece imposible salir.
Estamos frente a una película de acción desenfrenada que mezcla toques de comedia y thriller y en la que la música cobra un inusitado protagonismo. Edgar Wright demuestra que se mueve como pez en el agua en este tipo de producciones, dando buena muestra de sus habilidades ya sea a la hora de rodar planos secuencia o mediante montajes frenéticos pero al mismo tiempo totalmente vistosos. El director imprime a su cinta un ritmo endiablado ya desde la primera secuencia, que marca el tono y logra ganarnos para la causa. Todo está impregnado de ese tono cool que tanto chirría en otras producciones y que aquí funciona de manera sorprendente gracias al talento del director.
La banda sonora es ESPECTACULAR, vertebrada en torno a una serie de temas elegidos con un gusto incuestionable. Pero aún resulta más increíble ver cómo el director ha logrado conjugar imágenes y música creando algo realmente especial. Para ilustrar esto con un ejemplo, hay una impagable escena de un tiroteo en la que los disparos se ven acompañados de golpes de percusión provenientes del tema que suena en ese momento. No es fácil describirlo, creo que es algo que merece la pena ser disfrutado en una sala de cine que cuente con un buen sistema de sonido. De hecho, podríamos decir que le película pierde potencia en los escasos momentos en que las canciones son sustituídas por una banda sonora convencional. Por fortuna, esto pasa muy poco durante el metraje.
Por si todo esto fuera poco, tenemos el añadido de una galería de personajes tan estrambótica como llamativa, en la que cada uno de ellos cumple su función de un modo admirable. Casi todos los secundarios tienen su peso en la trama, beneficiados por el carisma que otorgan a sus personajes gente de la talla de Jamie Fox, John Hamm, John Bernthal (sus escasos minutos saben a poco), Eiza Gonzalez o Kevin Spacey. Pero la gran sorpresa viene de la mano del joven Ansel Elgort, el Baby del título, que muestra una sorprendente personalidad convirtiéndose en la gran revelación del filme.
Así como el protagonista hace lo que quiere con los vehículos que conduce, Edgar Wright se ha desatado manejando la película a su antojo, sabiendo en todo momento a dónde quiere llegar y plasmando sus ideas de manera virtuosa. Esta vez la publicidad no miente, «Baby Driver» es fresca, molona, moderna y al mismo tiempo clásica. Pero sobre todo es gran cine de evasión.
Mi nota: 8,5