Revista Ciencia

Babylon 5: Energía vital

Publicado el 26 marzo 2012 por Alf
Babylon 5: Energía vital

Hoy vamos a retroceder en el tiempo, y voy a recuperar mi serie favorita de televisión: Babylon 5. En uno de los episodios de la primera temporada, la trama gira en torno a una máquina alienígena, cuya función es la de traspasar la energía vital de un ser vivo a otro. Se nos explica que la finalidad original del aparato era la ejecución de sentencias de muerte, aunque los personajes la utilizan para curar, a costa de debilitar al generoso donante de «energía vital». Esta máquina aparecerá en posteriores episodios, llegando a ser fundamental en el destino de algunos protagonistas.

Bueno, la energía vital (o fuerza vital, o impulso vital o el nombre que se le quiera dar) simplemente no existe. Nuestra salud no depende de que tengamos más o menos energía vital, sino de complejas reacciones bioquímicas. Cuando tenemos una dolencia, simplemente nuestro cuerpo tiene una avería o sufre un sabotaje, que afecta al correcto funcionamiento del mismo. Así por ejemplo, la anemia no es resultado de una pérdida de ninguna energía vital, sino de una disminución de nuestros glóbulos rojos. Si tenemos una enfermedad infecciosa, no necesitamos recibir esa supuesta energía, sino eliminar de nuestro cuerpo los microorganismos que la causan (cosa que suele hacer nuestro sistema inmunitario). Si nos hacemos un corte severo, no se nos escapa la energía vital, sino la sangre (y si perdemos demasiada, necesitamos una transfusión de este líquido, no de esa energía). En fin, que cuando tenemos una afección, hay que encontrar la causa y actuar sobre ella. Y esa causa puede ser muy diferente según el caso. Es obvio que no es lo mismo una hemorragia que una infección, y requieren tratamientos diferentes.

El concepto de energía vital viene de la antigüedad, cuando los pensadores y filósofos no podían explicar por qué los seres vivos estaban vivos. ¿Qué diferenciaba un objeto inerte o una máquina de un ser vivo? ¿Por qué necesitamos respirar? ¿Por qué morimos? O mejor aún ¿qué le ocurre a nuestro cuerpo cuando morimos? La única explicación posible era algún tipo de fuerza desconocida que animaba los seres vivos.

La química moderna ha ido explicando poco a poco todo aquello que se atribuía a esa misteriosa fuerza vital, hasta descartarla por completo. Pensemos en un ejemplo aparentemente sencillo, de esos que nos enseñaron en el colegio. ¿Por qué necesitamos comer y respirar? Pues para que en las mitocondrias de nuestras células, el carbono que ingerimos se combine con el oxígeno que respiramos, produciendo energía. En realidad, las cosas no son así de simples. Para que esto ocurra, son necesarios otros procesos, como las reacciones que sufren los alimentos a lo largo del aparato digestivo para poder ser asimilados, o la combinación del óxígeno con la hemoglobina de la sangre para llegar a la célula. Además, a la célula no llegan átomos de carbono sueltos, sino formando parte de moléculas orgánicas, por lo que el proceso global es bastante complejo (echadle un ojo a un gráfico del ciclo de Krebs sin marearos; si eres bioquímico, no vale). La energía que desprende la reacción del carbono y el oxígeno no tiene nada que ver con el concepto de energía vital. De hecho, la energía desprendida se usa inmediatamente en otras reacciones químicas, formando moléculas que almacenan esta energía como si fueran pequeñas baterías (como el ATP), y que serán utilizadas en otra reacción química futura, cuando sea necesario. Como veis, algo muy complejo, pero explicable en términos químicos.

«Ya , pero es una máquina alienígena, de una especie muy avanzada y desconocida». Sí, pero las leyes físicas son las mismas para todos. Aunque el médico protagonista no alcanzara a entender como funciona el aparato, nunca debería haber recurrido a la fuerza vital como posible explicación. Más bien tendría que haberse preguntado cómo puede funcionar con una especie diferente a para la que fue diseñado, cómo diagnostica y cura una variedad casi ilimitada de afecciones, y por qué debilita al «donante».


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