Revista Cine
John Cleese nació para interpretar burócratas, oficiales, soldados, profesores, abogados... Símbolos de pequeña pero irrebatible autoridad. El mejor John Cleese en su etapa montyphytonesca aparece, precisamente, cuando encarna a un serio oficinista del Ministerio de los Andares Tontos, cuando es el estricto profesor que da una clase sobre cómo coger, cuando es el muy profesional centurión que obliga a un rebelde judío a escribir correctamente "romanos regresen a casa"...
Por estas mismas características, su papel del pomposo abogado finalmente deschongado Archie Leach en Los Enredos de Wanda (A Fisch Calle Wanda, GB-EU, 1988) resulta perfecto. Y por lo mismo, en cierta escena clave que resume el carácter del personaje -y, de la pasada, la carrera interpretativa de Cleese con los Monty Phyton-, Leach le dice a su amante/amada Wanda (sexy Jamie Lee Curtis) que está harto de ser lo que siempre ha sido. "Ser inglés", cito de memoria, "es estar muerto y contigo me siento vivo", le dice a la (casi) irredimible Wanda.
Elegí esta película para iniciar una serie de reseñas sobre el cine de los ochenta que más me marcó porque no recuerdo haberme reído tanto con ninguna otra cinta de esa década -a excepción, acaso, de La Vida de Brian (Gilliam y Jones, 1979), que se cuece aparte. El filme, dirigido por el competente artesano Charles Crichton sobre un argumento del propio Cleese, nos muestra el involucramiento pasional del encumbrado abogado londinense Leach con la inmoral, traicionera, manipuladora pero compulsivamente encamable Wanda, amante del ladrón de diamantes Georges (Tom Georgeson) y también del ingobernable, racista y violento Otto (Kevin Kline, ganador del Oscar con este papel), a quien hace aparecer como su hermano.
Wanda, Otto, Georges y el tartamudo amante de los animales K-k-k-k-ken (el otro exMonty Python Michael Palin, antológico) son unos expertos malandrines que dan un cuantioso golpe a una joyería, pero Wanda y Otto -que han traicionado a Georges para quedarse ellos solos con el botín- necesitan a Leach, pues el estirado abogado representa a Georges, quien ha sido detenido por la policía y ha escondido en un lugar seguro los diamantes robados. Así pues, Wanda necesita ganarse la confianza de Leach para que él le saque la verdad a su cliente, el desconfiado George.
Los Enredos de Wanda es una hilarante comedia que fusiona a la perfección elementos de una sofisticada y sardónica comedia de costumbres -la impávida descripción del agotado matrimonio de Leach, con todo e hijita ladilla- con delirantes episodios de la mejor comedia física -Cleese desnudándose mientras habla en ruso, el operático coito entre Otto y Wanda- y arcaicos pero efectivos sketches del más puro slapstick políticamente incorrecto -los varios intentos de Ken por asesinar a una detestable viejita que terminan en el previsible asesinato de varios perritos falderos.
Sin embargo, más allá de las carcajadas que provoca -y sigue provocando, pues volví a ver la cinta hace unas semanas acompañado de mi hija adolescente: hay que educar a la juventud para que aprenda a distinguir lo bueno-, Los Enredos de Wanda es, también, la conmovedora crónica de un estoico y estirado inglés que le pierde miedo a todo (al deshonor, al ridículo, al qué dirán) porque todo ha perdido gracias a su pasión adúltera por una suculenta mujer que llega al orgamo en cuanto le hablan en ruso, italiano o francés. Creo firmemente que no ha habido mejor actuación de John Cleese en toda su carrera fílmica y/o televisiva. Su liberación existencial parece genuina: el profesional burócrata del gran sketch pythonesco de "los andares tontos", el serio centurión de La Vida de Brian, el déspota maestro de El Sentido de la Vida (1983) por fin se soltaron el chongo.