El pavo real despliega su encanto de Oriente mientras el cisne nada displicente en su aristocrática elegancia, mientras desde la orilla un poeta, absorto, sentado sobre el banco del cenador, bajo el fresco emparrado, evoca la escena en un aire greco-latino de modernismo provinciano y crepuscular que la pintura refleja en dulces paisajes de pintores finiseculares, desvaídos y secretos.
El parque risueño es una sinfonía de luz retardando el día que se desliza lento en un ritmo que árboles y flores orquestan en su fulgurante y alborozado verdor.