Editorial Anagrama. 276 páginas.
1ª edición de 2012.
La semana pasada, en vez de ir a
comer a casa de mis padres el domingo, fui el sábado. Salí más pronto de casa y,
a diferencia de mis habituales domingos, al salir del Retiro, antes de entrar
en la estación de Atocha, decidí pasarme por los puestos de libros de la Cuesta
de Moyano. Con la intención de mirar y no comprar nada: mirar y no comprar nada.
Pensaba que desde que empezó este curso académico había conseguido tener bajo
control mi adicción a la compra de libros, que no había peligro. Pero a los
pocos minutos, cuando sólo llevaba recorrida media Cuesta de Moyano ya había
comprado tres (tres libros, consideraba, que no podían quedarse allí, a merced
del viento y las palomas), sentí casi miedo: ¿si completaba el recorrido de los
puestos acabaría con seis, después de prometerme a mí mismo no comprar libros
para acumularlos? Lo dejé, salí de la fila, medio contento por mi compra y
medio culpable por haber tenido una recaída en mi vieja adicción.
Uno de los libros que no podía
dejar allí –nuevo y al precio de cinco euros– era Bahía Blanca, la última
novela de Martín Kohan (Buenos
Aires, 1967). De Kohan ya había leído Ciencias morales, la novela ganadora
del premio Herralde de 2007, y Cuentas
pendientes (2010). De esta última, hay reseña en el blog (ver AQUÍ).
Estuve pensando comprar Bahía Blanca
cuando salió en 2012, pero al final la dejé pasar; hasta el sábado comentado.
Bahía Blanca está narrada por el profesor universitario de
literatura Mario Novoa (conoceremos su nombre bien avanzada la novela), en una
suerte de diario que acaba por no ser en realidad un diario. El narrador nunca
hace un comentario sobre una supuesta escritura y, en más de una ocasión, entre
dos cortes en la narración, marcados por una fecha –en el mismo día, por
ejemplo–, por lo contado el lector puede deducir que el narrador no ha tenido
posibilidad física de sentarse a escribir el supuesto diario que leemos. Así
que, aunque el texto esté dividido por fechas (sobre todo al principio), más
bien parece reflejar el flujo de conciencia del narrador que una escritura reflexiva
sobre su día a día.
Los juegos constructivos que lleva
a cabo Kohan con los narradores en las tres novelas que he leído de él son
destacables. El lector nunca debe fiarse demasiado del narrador de una novela
de Martín Kohan: puede que tenga que hacer una segunda lectura que reinterprete
lo que de verdad siente la narradora sobre los hechos de los que forma parte,
como ocurría en Ciencias morales; o
puede que el narrador nos esté mostrando la vida que imagina de un personaje y
luego, a mitad de novela, nos deje ver que él en realidad no es un narrador
omnisciente (Cuentas pendientes); o
bien, como ocurre en Bahía Blanca,
acabaremos descubriendo que lo que nos cuenta el narrador, al menos durante las
primeras cien páginas del libro, es precisamente aquello que le hace olvidar lo
que de verdad le importa, lo que de verdad le obsesiona, lo que de verdad
constituye el tema central de la novela.
En la contraportada del libro se
asegura que ésta es una historia de amor. Tras leer el libro creo que hubiese
preferido acercarme a Bahía Blanca
sin saber nada sobre lo que me iba a encontrar. Habría sido una lectura más
rica partir desde el puro desconcierto. Pero ya estaba avisado de que ésta era
una historia de amor; y si uno no debe fiarse de un narrador de Martín Kohan,
es posible que tampoco deba fiarse de las contraportadas de un libro de
Anagrama, porque Bahía Blanca, más
que un libro de amor, es un libro sobre una obsesión. Y el lector será
consciente de ello una vez que lleve leído al menos un tercio de la novela.
“Ninguna persona que yo conozca
ha dicho jamás nada bueno de Bahía Blanca, y fue por eso que la elegí como
destino”. Ésta es la primera frase de la novela. El protagonista pide en la
universidad donde trabaja el traslado a Bahía Blanca durante un mes para
–supuestamente– investigar la vida del escritor Ezequiel Martínez Estrada, oriundo del lugar, y experto en el arte
de cambiar de tema; un arte que al narrador le gustaría dominar, ya que, como
vamos descubriendo según avanzamos en nuestra lectura, hay algo que está
presente en estas páginas de forma implícita, pero que sólo se empieza a
entrever a partir de la página 74, cuando se nombra por primera vez a Patricia.
El lector, ya advertido por el resumen de la contraportada, sabe que esta mujer
tiene que tener mucha importancia en la trama (como así será).
Como ocurría en Cuentas pendientes, en Bahía Blanca acaba pareciendo que en
realidad hay dos novelas, o al menos dos partes en la novela muy diferenciadas:
la parte en la que el narrador se encuentra en Bahía Blanca intentando olvidar
lo que le angustia, y aquella en la que ha regresado a Buenos Aires y el lector
le acompaña en una inmersión profunda en sus obsesiones, ahora ya sí explícitas
y no implícitas.
Lo cierto es que se compaginan
bien ambas partes. El lector siempre siente el peso de la historia que se le
está ocultando cuando lee sobre la estancia del protagonista en Bahía Blanca y
le acompaña en sus pequeños vagabundeos y descubrimientos sabiendo que, en
cualquier momento, la aparente calma del relato se va a ver alterada (y esta
tensión dramática está representada en la historia por un sueño recurrente en
el que el protagonista ha de enfrentarse a un león o es perseguido por él).
Cuando el narrador regresa a Buenos
Aires (tras un encuentro casual con alguien de la capital, que le sirve al
lector para saber definitivamente qué es lo que está en juego en esta novela),
en algún momento, al recordar lo leído, parece que lo que tuvo lugar en Bahía
Blanca forma parte de otra novela, y es que la trama no avanza a partir de ahí,
sino que esa parte negaba o tapaba la trama principal. Y esto, que podría ser
un defecto en un escritor de menor talento, hace que la novela de Kohan crezca
en profundidad; porque tras haber leído poco más de doscientas páginas la
sensación es la de haber leído una novela bastante más larga.
El estilo de Martín Kohan está
muy trabajado, y gusta de recrearse en la frase larga y de construcción un
tanto retorcida. En el uso de un vocabulario no demasiado usual me ha traído a
la mente la escritura de Antonio Di
Benedetto. Esto ocurrió de forma poderosa al leer en la página 10 el verbo
“semblantear”, que tanto me recordó al “enrostrar” de Di Benedetto.
Ciencias morales y Cuentas
pendientes me gustaron, me pareció que mostraban a un escritor poderoso de
la nueva narrativa hispanoamericana; un escritor en principio muy frío,
cerebral, pero que, desde la aparente apatía, ensimismamiento o distanciamiento
de la realidad de sus personajes, conseguía crear mundos cargados de símbolos
que indagaban sin miedo en la condición humana. Y Bahía Blanca me ha gustado también porque mantiene un nivel
bastante unitario con las dos anteriores, pero las acaba superando. Se trata de
una novela que, de forma dostoyevskiana, indaga en la condición humana con un
interés cada vez mayor por descubrir su desenlace.
Una novela incómoda, triste,
honda, gélida y hermosa.