Revista Psicología

Bailando con la infertilidad

Por Jorjol

Nunca olvidaré la primera vez que M. cruzó la puerta de mi consulta. Parecía un cisne blanco con un millón de cuchillos clavados en su alma. Su porte elegante y distinguido, su cuerpo esbelto de extremidades largas, los pies abiertos por primera posición y su larga melena de rigor, me dieron pistas de que podía tratarse de una bailarina. Recuerdo que, nada más sentarnos, eché un vistazo a la historia clínica discretamente y constaté que no me equivocaba, pues la Dra. Maqueda había anotado su profesión.

Cuando acudió a la primera visita psicológica, M. tenía 35 años y acababa de realizar un ciclo de FIV negativo en el que los biólogos habían observado óvulos de muy baja calidad. En aquellos momentos, se encontraba en plena elaboración del duelo genético que suponía realizar un tratamiento con óvulos de donante, que era la opción que su ginecóloga le recomendaba.

M. sentía que su desgaste emocional empezaba a afectarle dentro y fuera de las tablas. Ella, acostumbrada como estaba a la exigencia física y psicológica de la danza clásica, por primera vez se sentía impotente, incapaz de resolver su problema.

En muy pocas sesiones establecimos una potentísima alianza terapéutica, dándonos cuenta de que el lenguaje del ballet nos ayudaría como herramienta de comunicación. Las sesiones con M. fueron especialmente estimulantes para mí, pues me transportaban a aquellos años en que el maestro Tena pronunciaba nuestros pasos en su perfecto francés y golpeaba el suelo marcando el tempo de los movimientos con su bastón de madera. Siempre digo que todo lo que soy hoy, en gran parte, se lo debo al ballet. Esta disciplina artística me ha ayudado más en mi vida personal y en mi profesión actual de psicóloga que los estudios universitarios realizados. El ballet te ayuda a superar obstáculos, a pararte a mejorar un movimiento, a reflexionar y tomar conciencia de ti misma, a conocer las propias limitaciones y seguir avanzando, a aceptar las críticas y apreciar a los demás, a desarrollar dosis de paciencia y sensibilidad, a hacerte flexible mientras ganas en fortaleza, a fijarte metas. Todas esas aptitudes, que forman parte del día a día en la vida de todas las personas, son el ballet, y más. Así que nunca me cansaré de predicar los beneficios de la danza clásica a nivel emocional e intelectual, ni de utilizar las lecciones aprendidas para ayudar a mis pacientes en su proceso de maduración personal.

Con M. funcionó. Cuando M. tomó conciencia de que, a través del ballet, podía encontrar su posición en la vida y trasladar su equilibrio sobre las puntas a la compleja situación emocional que estaba viviendo, se liberó. Se liberó del lastre que llevaba años arrastrando y hoy baila junto a una adorable niña de 3 años que también deberá aprender a caer para levantarse, a equivocarse y continuar mejorando, a esforzarse día a día y, en definitiva, a vivir hacia delante.

Révérence a todas las bailarinas de la infertilidad


Bailando con la infertilidad

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