Revista Cultura y Ocio
Está cubierto de hojarasca y olvido el ajado banco de madera donde nos regalamos nuestros primeros besos. Las promesas de eternidad, que envolvimos con lazadas primorosas de arrumacos clandestinos, se las ha llevado el viento al reino de las horas gastadas.
Cada mañana regreso al Parque de los susurros para venerar tu memoria. Tamizo las remembranzas de llantos pasajeros, que llegaron hasta la ribera de nuestro océano infinito de amor con la intención de enraizar descontento, y bailo con tu recuerdo, arrojando en su linde pétalos de rosas y semillas de añoranza.
Está yerto de frío el banco donde amarramos nuestras almas al puerto de los albores imperecederos. Bailo con tu recuerdo y me olvido de que te fuiste entre nubes perfumadas de sedoso terciopelo.
Me observa la gente danzando entre las hojas, resecas de tanto gemir por tu ausencia. Creen que estoy loca, que mi juicio se ha perdido entre las rasgaduras del tiempo, porque me ven bailando sola, escuchando acaso corales celestiales en el viento.
Te has marchado como un fulgor lánguido y espantadizo, pero yo te siento a mi lado, cogiéndome de la mano mientras bailamos en los confines del limbo. Eres la brisa que atusa mis cabellos y la lluvia que besa mi rostro cuando me pierdo en un sueño eterno, donde la música rima versos con tu nombre mientras te abrazo bailando con tu recuerdo.