Tras de mí, se cerraron las puertas y
comenzó a sonar la música; había estado a unos segundos de
perderme aquella fiesta veneciana. Comencé a pasearme por la sala,
preguntándome como encontraría entre tanta máscara una cara
conocida, y la respuesta me vino por la espalda; unos brazos me
rodearon por la cintura, un beso acarició mi cuello y divertida me
dejé llevar a la pista de baile.
Sin conocer al portador de aquella
máscara, me dejé seducir por sus movimientos, mientras mi mente
trataba de dar forma al rostro que acompañaba a aquellos ojos
verdes. Excitada por el roce de su cuerpo, no pude más que sentirme
decepcionada, cuando la música cesó y besó mi mano como señal de
despedida. Allí me quedé, con mi precioso vestido
del sXVII y las ganas de comerme... el mundo.
Revista Cultura y Ocio
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