Pedro Paricio Aucejo
En el transcurso del siglo XVI la Iglesia católica perdió parte de sus antiguos fieles como consecuencia de la escisión protestante. Sin embargo, el catolicismo se revalorizó y consolidó en el mundo de entonces gracias a la nueva espiritualidad potenciada por la Contrarreforma, los principios religiosos aprobados en el Concilio de Trento (1545-1563) y la reforma católica experimentada en la Iglesia española de la época, parte de cuya actividad renovadora fue debida a santa Teresa de Jesús y al apoyo suministrado por el rey Felipe II (1556-1598), ´tan amigo de favorecer los religiosos que entiende que guardan su profesión´ (Fundaciones 27,6).
En el caso del monarca, la necesidad de conservar la estructura del imperio que le había legado su padre le llevó al mantenimiento de la unidad de la Iglesia católica y a su defensa ante la acometida de los protestantes. De este modo, la lucha por el catolicismo caracterizó la política de Felipe II, hasta el punto de que esta se halló subordinada a veces a la religión, que constituía la esencia de su alma y la trayectoria histórica de su pueblo.
Por su parte, la monja española tuvo que afrontar numerosos obstáculos para desplegar su obra reformadora y fundacional: el propio marco legal del Carmelo, las fundaciones prohibidas de frailes descalzos en Andalucía, el conflicto entre el general de la Orden y la corte española, la decisión de los calzados de acabar con la joven reforma para evitar la escisión…
A pesar de estos inconvenientes, su gran fe en Dios la movió siempre en busca de soluciones (´que es muy amigo Su Majestad de llevar adelante las obras que Él hace, si no queda por nosotras´). Alentada por la voz divina que resonaba en su corazón (´espera un poco, hija, y verás grandes cosas´), mantuvo una esperanza inquebrantable a lo largo de toda su aventura fundacional. Estaba convencida de que la iniciativa era de Dios y que, gracias a Él, saldría adelante la empresa. Al servicio de esta determinación puso la estrategia diplomática urdida por su extraordinario talento natural, que –como argumenta la carmelita descalza María Teresa Granero¹– le permitiría sortear las trabas impuestas por su contexto social.
Si se tienen en cuenta los intereses del monarca y los de la Santa, se comprenderá que, tras el repetido fracaso de la política nacional de reforma de las órdenes religiosas, Felipe II –que no estaba dispuesto a ceder un ápice de poder en sus dominios– pusiera sus esperanzas en el movimiento descalzo, cuyo estilo sintonizaba con los ideales religiosos de la corte española. De este modo, la reforma teresiana entró en los planes de la monarquía, resultando providencial su patrocinio para la supervivencia de los descalzos en el conflicto mantenido con la antigua orden. Precisamente fue el propio Felipe II quien cursó a Roma la petición del breve que otorgaba a estos su autonomía.
A su vez, Teresa mantuvo buenas relaciones con la Corte, si bien parece ser que no conoció personalmente al rey. Al no estar a su alcance una relación directa con él, procuró conseguir su favor a través de personajes influyentes, fundamentalmente mujeres. Así, los contactos de la familia Gracián y la especial intervención del padre Jerónimo como comisario apostólico en Andalucía facilitaron a los descalzos las gestiones en Madrid. Este religioso –pieza clave de la estrategia teresiana– mantuvo relación epistolar con el Rey e incluso se entrevistó con él en El Escorial.
No obstante, según sostiene Granero Ruiz, fue la hábil pluma de Teresa de Ahumada la que allanó el camino para que los descalzos consiguiesen su anhelada autonomía. “Sus habilidades estratégicas quedaron magistralmente recogidas en sus cartas, con las que movilizó a sus amigos por su causa. Sus letras cálidas y conciliadoras, que combinaban una fina elegancia con una espontaneidad arrolladora, fueron determinantes para encauzar las maniobras erradas de sus frailes y para fidelizar la amistad de quienes le fueron siempre incondicionales”².
En cualquier caso, la Santa quiso situar su reforma bajo el padrinazgo del Rey, a quien admiró, agradeció los favores otorgados a su obra fundacional y le tuvo por instrumento divino, gracias a cuyo apoyo se pudo superar la gravísima crisis de hostilidad institucional en el Carmelo.
’Cf. GRANERO RUIZ, María Teresa, “La estrategia diplomática de santa Teresa de Jesús. La misteriosa relación con el rey Felipe II” (memoria final del curso ´online´ Experto en Teología de la vida religiosa, Madrid, Instituto Teológico de Vida Religiosa, 2017), en <https://drive.google.com/file/d/0B-MfH1PXSMx9UHBHN1FfVDJJcG8/view> [Consulta: 4 de junio de 2020]. Disponible también en <https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2017/07/26/la-misteriosa-relacion-de-teresa-de-jesus-con-felipe-ii/>.
²Op. cit., pág. 55.
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