Revista Deportes
'Soy sincero, lo digo mirando a los ojos, quiero retirarme en el Real Madrid'. Palabra de Cristiano Ronaldo en el diario Marca, el pasado 5 de junio. Nada hacía presagiar que el potro que se ha metido en el bolsillo al Bernabéu, que lanza disparos que son meteoritos y que firma goles cósmicos, tres meses después, viviese el día más amargo desde que fichó por el Real Madrid. En menos de cien días, uno de los jugadores más trascendentes de la historia del club, desdeñaba esa sobredosis de almíbar para cambiarla por vinagre. Eso ocurría después de firmar un registro espectacular, 150 goles, tras anotar dos tantos con la zurda ante el Granada, para acabar con un fuerte golpe en la pierna izquierda. Antes, había llamado la atención del tendido siete del Bernabéu. No por sus autoproclamas habituales, sino por no celebrar sus dos goles. Él, que se machaca con sesiones interminables de gimnasio, que gusta de ser un profesional que se cuida, que es una suerte de caníbal insaciable del gol, que goza del apoyo inquebrantable del madridismo, quería publicitar su dolor. Hacer saber que tenía reproches que hacer. Marcó el primero, puso morritos y no celebró. Quería que los socios supieran que no está feliz. Anotó el segundo y volvió a avinagrarse. El público, entregado siempre a su rendimiento, le premió con una cerrada ovación cuando fue sustituido, mostrando reconocimiento y cariño. Fue en balde. Los aplausos no mitigaron su enfado. Su gesto sombrío duró toda la tarde.
Exhausto, se sentó en el banquillo. En frío, previo paso por la ducha, Ronaldo no se limitó a airear su desafección con gestos de desaprobación. Quiso ir más lejos. Se organizó una rueda de prensa improvisada y Cristiano sacó a relucir su melancolía, propia de los versos de Rubén Darío, como epitafio a un partido gris. A un encuentro donde Mourinho, otra vez y con razón, demandó más ambición a sus jugadores. Esta vez su conferencia de prensa fue eclipsada por Cristiano, que dejó bien claro que su estado de ánimo era propio de una balada triste de trompeta. Primero fue revelador: 'La gente sabe por qué no celebro los goles. No lo hago cuando estoy triste. Lo de Iniesta no tiene nada que ver, no es importante, no voy a hablar más de ese tema'. No se trataba de una crisis personal: 'Es por un motivo profesional'. Y acabó siendo enigmático: 'La gente dentro del club ya sabe por qué estoy triste. No digo nada más'. Una vez trasladado su malestar, se giró sobre sí mismo, dejó atrás el remolino de periodistas que le rodeaba y abandonó las instalaciones del club. Cristiano estaba triste. Poseído por los versos de Darío, los suspiros se habían escapado de su boca de fresa, que había perdido la risa y también el color.
Sin dilación, sus inesperadas declaraciones detonaron un alud de interpretaciones que se extendieron a través de las ondas radiofónicas, de las tertulias televisivas y de las redes sociales, esas tabernas virales donde gente que no sabe leer insulta a quien no tiene su misma opinión. Se manejaron diferentes hipótesis y varias informaciones: Que se había producido un encuentro con Florentino Pérez donde Ronaldo le había pedido marcharse del club, que Cristiano se sentía poco valorado, que se había sentido traicionado por el vestuario, que le habían desairado unas declaraciones de Marcelo en las que reclamaba el Balón de Oro para un jugador que no era él o que se sentía desamparado por el club, que andaba falt de respaldo y cariño. El quejío de Cristiano, público e inesperado, resulta un Sudoku indescifrable. Al menos, hasta que Cristiano, el triste, vuelva a sonreír. O hasta que él decida dar su versión de los hechos, después de ignorar que los trapos sucios, si existen, se lavan en casa, que es la mejor lavandería posible. Cristiano, el siete a la espalda y un ego del diez, jugador como la copa de un pino con una altivez del tamaño de un abeto, quiso que sus palabras tuviesen el máximo eco posible. Para interpretar el motivo de sus gestos pueriles negándose a festejar los goles y ese enfado que el club conoce, sólo existe una fórmula: jugar a preguntas y respuestas.
Primera cuestión: ¿Está triste por Mourinho? Es improbable. Mou le ha defendido, contra viento y marea, desde que llegó.Cuando merecía una defensa a ultranza y también cuando merecía una reprimenda pública. Mou ha sido más protector de Cristiano que el propio Ronaldo. Le ha hecho más solidario, mejor jugador y más líder. En todo caso, debería ser Mou el enfadado. Él pide más ambición al equipo y Cristiano, su jugador franquicia, se ha metido en un jardín cuando menos falta hacía. ¿Está enfadado Cristiano con algunos compañeros, tiene celos de Casillas como se conjetura? El vestuario siempre le ha protegido y muchos compañeros han dicho que es el mejor, lo pensaran o no. Cuando ha jugado para el equipo y también cuando, en algunas ocasiones, ha puesto su ego por delante del conjunto. Si su melancolía viene motivada por celos hacia Casillas, sería más turbio. El capitán del Real Madrid siempre habla bien de Ronaldo y fue él quien, durante el pasado curso, se empeñó en levantar el brazo de Cristiano, durante la fiesta de campeones en Cibeles, para que todo el madridismo le aclamase. ¿Está enfadado Ronaldo porque cree que la política del club no le respalda de cara al Balón de Oro? De ser así, sería la confirmación de su obsesión por ese galardón y una sospecha de parcialidad para quienes gobiernan el club desde los despachos. Al menos, tendría fácil solución: alfombra roja a reuniones. Privadas, de consumo interno, no públicas.
¿Está triste Cristiano con Florentino? Se dice que tuvo un desencuentro con el presidente, pero no se conocen los pormenores del mismo. Lo que sí es vox pópuli es que fue Florentino Pérez, con el dinero de los socios del Real Madrid, el que dio luz verde a pagar por él 96 millones de euros. Que fue Florentino quien le firmó un contrato con una ficha descomunal, el que nunca le reprocho que fallase en partidos clave, el que no le recriminó algunas frases desafortunadas y el que siempre proclamó que Cristiano era el mejor del mundo, a pesar de quienes le atormentaban mentando a Messi. Ronaldo quería retirarse en el Madrid. Ahora, dicen, no aguanta más. Está triste como aquella princesa de la boca de fresa, pero el único que tiene motivos para estar disgustado es Florentino. No debe ser agradable aguantar los gestos caprichosos de quien se comporta como un consentido, ni debe ser fácil tragarse el sapo de que el jugador más caro de la historia del Madrid no sepa lavar los trapos sucios en casa, ignorando que nadie, se llame como se llame, puede estar por encima del Real Madrid.