España siempre fue un país singular. Entre otras cosas, porque su propia definición está siempre sobre el tapete. Tal vez sea porque la definición, en realidad, es la suma de muchas definiciones. España es un país difícil de interpretar, ya sea en su esencia, su geografía o sus indiscutibles diferencias. Tal dificultad adquiere todo su sentido al intentar extraer conclusiones de un resultado electoral.
Los españoles suelen ser alérgicos al riesgo. Se ve en sus inversiones, su aprecio por la estabilidad, su alejamiento -decreciente, eso sí- de todo lo que implique romper con el orden establecido. Al votar, el español mide dos puntos por encima del resto: votar -vestidos de domingo, en familia, con una paella esperando en casa-, y no votar nada "raro". Y si alguien se pasa de valiente, se activa el freno de mano gracias a la discutible ley electoral.
Estas elecciones dejan, por encima de todo, tres lecturas:
1 - La Ley Electoral está obsoleta. Sea lo que fuere aquello para lo que fue diseñada, ya no sirve. Su propia esencia fomenta el bipartidismo -si un territorio aporta 3 escaños, ¿para qué votar a un partido que no tiene opciones?-. Su puesta en escena lo enfatiza. La mayoría absoluta del PP bebe de ella. Ahí están los casos de las dos principales alternativas a la bicefalia: UPyD e IU, que, pasando holgadamente del millón de votos, deben conformarse con cinco y once escaños, respectivamente. Por no mencionar el caso de Equo que, con más de 300.000 votos, no tiene representación en el Congreso. Otros partidos, con muchos menos votos, han obtenido su(s) escaño(s).
La conclusión es dramática: El pueblo español ha hecho, en las urnas, una apuesta mucho mayor por la fragmentación que lo que va a mostrar la constitución final del Congreso. Ésta es la discutible salud de nuestra democracia.
2 - La derrota del PSOE pesa más que la victoria del PP. Si lo prefieren, la hecatombe de la socialdemocracia española -pérdida de más de 4 millones de votos, respecto a 2008- ha sido más intensa que el crecimiento del partido conservador -que suma poco más de medio millón de votos a su último resultado-.
Podríamos sacar una moraleja: Dando por hecho que el votante del PP sigue dando muestras de fidelidad inquebrantable, la pelota estaba en el tejado del votante socialista. Éste ha castigado a su partido, pero sólo una minoría ha elegido al PP como alternativa. El resultado, de todos modos, es una mayoría aplastante del Partido Popular. Esto muestra lo que ya es una verdad indiscutible: en épocas de desencanto de la izquierda, la rocosa constancia de la derecha es casi imposible de vencer.
3 - Sería difícil sacar un retrato robot del votante medio, pero da la sensación que el centrismo -volvemos a la aversión al riesgo- es un horizonte muy a tener en cuenta para ganar votos. Los cada vez más centristas PP y PSOE, por historia y conocimiento, siguen aglutinando la mayoría de votos. Como cuarto partido aparece UPyD, que parece el adalid de este segmento. Poco queda para una izquierda que sigue condenada tan sólo al ruido, y a un nacionalismo que se debate entre radicalizarse o medir hasta cuánto puede sacarse asintiendo de vez en cuando.