Revista En Femenino

Balance tras cuatro años de colecho

Por Felizenbrazos

Siguiendo con los balances después de cumplir cuatro años, en esta ocasión hablaré de cómo ha sido para nosotras colechar o compartir la cama.

Sinceramente, como todo en esto de la maternidad, hasta que no estás inmersa en ella no sabes muy bien cómo vas a reaccionar. Con Lucas compartí cama para facilitar la lactancia, sin saber que eso recibía un nombre. Después, durante 2 años no nos quedó más remedio que compartir habitación con los colchones juntos y así, dormimos muy bien. Cuando nos fuimos a vivir los dos solos, pusimos su habitación a su gusto y empezó a dormir allí solo, aunque durante bastante tiempo necesitaba que yo me tumbase con él hasta quedarse dormido. Y bastante tiempo fue hasta los 10 años más o menos, hasta que nació Sara, momento en el que el tiempo no me daba para eso. Nunca hubo problema, él fue capaz de dormir en casa de abuelos y de primos sin problema.

Y llegó Sara y apañamos la antigua cuna de Lucas para que durmiera allí. Pero también compramos un cojín antivuelco, no tanto para que ella no se moviese, sino para que estuviese protegida entre dos cojines y nosotros no pudiésemos aplastarla. Y la metimos en la cama, entre los dos. Y así dormíamos tan a gusto, sobre todo los primeros meses de lactancia continua, que no la sacamos.

Colechar es sencillo y agradable y hermoso. Sólo hay que seguir unas normas básicas de seguridad, que puedes leer aquí. Y luego, no hay más que disfrutar.

En estos 4 años de compartir cama, nos han sucedido muchas cosas. Cuando Sara tenía menos de una semana, colechar con ella le salvó la vida. Se atragantó con una flema, una bola amarilla y pegajosa de moco amarillo, imagino que mezclado con calostro y líquido amniótico. Ella no podía respirar y de no haber dormido juntas, habría muerto. Es muy duro y horrible decirlo,  pero es la verdad. Como no podía respirar ni articular sonido, la pobre empezó a dar paratas y a bracear. Y por suerte, sus movimientos me golpearon y me despertaron. Y la encontré cianótica, de un horroroso color violáceo, con los ojos llenos de terror, la boca abierta en un rictus intentando coger aire y los brazos agitándose descontroladamente. Fue una suerte que sucediese así. Mi instinto me hizo cogerla, tumbarla boca abajo en mi brazo y golpearle la espalda con su cabeza mucho más baja que el resto del cuerpo. Los golpes y la fuerza de la gravedad hicieron el resto. Y esa bola asesina, enorme y asquerosa salió despedida y Sara respiró y recuperó el color y no dejó de llorar en muchísimo rato y yo empecé a temblar de miedo. Aún hoy lo recuerdo y se me pone la piel de gallina y se me llenan los ojos de lágrimas. La pediatra me dijo la suerte que habíamos tenido… Desde ese momento, compartir cama con nuestra hija era la única opción posible.

pixabay

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El colecho nos ha facilitado mucho la lactancia. Mamar casi dormida hacía que ninguna de las dos nos despertásemos, o lo hiciésemos por breves periodos de tiempo. También puedes leer sobre mi experiencia con el colecho y la lactancia.

No siempre ha sido fácil, no nos engañemos. Hemos tenido épocas muy duras, en las que tenía que estar con ella en la cama en contacto continuo, no me podía mover porque se despertaba y Lucas también me necesitaba. Hemos tenido épocas en las que tardaba más de una hora en conciliar el sueño y yo me desesperaba con tanto tiempo perdido. Y también hemos tenido épocas en las que se movía muchísimo y se pasaba la noche dándome patadas y tortazos. La verdad, no es muy agradable estar durmiendo y que te despierte un bofetón. Pero bueno, todas han sido rachas pasajeras y superables.

A día de hoy, seguimos durmiendo juntas. Puse una cama pequeña al lado de la mía. Sigue necesitando dormirse conmigo, así que solucionamos el problema de tiempo con ella y tiempo con Lucas con un apaño. A las 9 en punto llega la hora de dormir. Hago el sofá más grande y ella se tumba a mi lado, mientras yo la abrazo y ella me mira fijamente. Lucas y yo tenemos nuestro momento madre-hijo y nos ponemos alguna película que nos guste. Sara se queda dormida enseguida y cuando está profundamente relajada, la llevo a su camita. La mitad de las noches duerme allí; la otra mitad rueda y se pasa a mi cama a media noche, me toca, le doy un beso, nos damos la mano y volvemos a dormir.

Me encanta dormir con ella. Me encanta abrir los ojos y verla descansar. Me gusta cuando se despierta, ve que estamos juntas y una sonrisa ilumina su cara mientras sus ojos se cierran tranquilos y seguros.

A todos nos gusta dormir acompañados. Si de mayores es normal tener pareja y compartir la cama con ella, ¿Por qué no vemos normal compartir la cama con nuestros hijos, que son lo que más queremos del mundo? Ya tendrán tiempo de dormir solos, ya pedirán su espacio. Desgraciadamente, crecen muy deprisa, me doy cuenta cada día cuando veo a Lucas, así que aprovechemos todo el tiempo que podamos con nuestros hijos, incluso si ese tiempo es por la noche.


Balance tras cuatro años de colecho
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