Revista Diario

Bali

Por Evaletzy @evaletzy
Resulta que un día aterrizas en el aeropuerto de Bali, Indonesia.
Pagas el visado y te diriges al control migratorio. Vienes viajando hace un tiempo ya por Asia y en cada una de las fronteras que has cruzado han mirado de-te-ni-dí-si-ma-men-te tu pasaporte argentino. Que conste que no has elegido la palabra de-te-ni-dí-si-ma-men-te a la ligera, sino que ha sido cuidadosamente seleccionada para que tu preciado lector sepa que tu pasaporte ha sido mirado página por página, por detrás, por la foto, por los sellos, por las tapas y por el árbol con el que se hizo su papel. Tu pasaporte ha sido víctima de discriminación pasaportística, puesto que en Asia solo se han comportado así con el tuyo. ¿Cómo lo sabes? Porque viajas con tres españoles. Mientras ellos con sus european passports pasan cada control en treinta segundos per cápita (cronometrados), tú con tu argentinian passport tardas un promedio de diez minutos. Por eso cuando en Bali empiezan a mirar tu pasaporte de-te-ni-dí-si-ma-men-te tú tan campante y sonriente. Que sepas que poco te va a durar la sonrisita mi querida Letzy.
Pasa tu amigo, tu amiga y tu Queridísimo. Pasan ingleses, franceses, mauritanos, uzbekos, abjasios, bielorrusos, burkineses, malgaches y tú sigues ahí. Quien tiene tu pasaporte en mano te dice en un inglés de estos de libre interpretación que hay un «problem» y que «follow me». Tú follow him hasta una salita de espera donde te dice «sit down», y tú, of course, te sit down. Pasados unos minutos viene un hombre uniformado que te lleva a un pequeño cuarto en el que lo único que hay es un escritorio. Él se sienta a un lado del mismo, tú al otro. La luz amarillenta de una lámpara descascarada cae justo en el medio de los dos y se desparrama por la madera del escritorio. Que no, que no es una película lo que estás contando aunque lo parezca, que es tu vida. Entra tu Queridísimo y se sienta a tu lado. El uniformado tiene tu pasaporte en mano. Tú intuyes que sea lo que sea que está pasando está relacionado con tu documento. «A lo mejor soy una criminal buscada por la CIA, la KGB y la RAE juntas», piensas. «¿Seré una mafiosa de la más alta esfera y no me di cuenta?», te preguntas.
«Su pasaporte no cumple con los requisitos», dice el uniformado en un inglés bastante decente. Lo miras con ojos de «tus palabras no están siendo comprendidas por mi nervio auditivo». «Para entrar en Indonesia es preciso presentar un pasaporte con 6 meses de validez como mínimo, y este se vence en 3». «¿Y cómo lo soluciono?», le preguntas risueña pensando para qué te llevó a ese cuarto y por qué lleva esa cara tan seria por tan poca cosa. «No se soluciona Miss Letzy. Debería haberlo previsto antes de venir a nuestro país y traer un pasaporte con la validez requerida. La tengo que deportar al país del que viene, por lo que veo viene de Tailandia». «¿Whaaaaaaaaat?», es tu reacción. «La tengo que deportar en el próximo vuelo a Tailandia», te repite como si tu problema fuera que no comprendes su inglés.
Todo, y cuando dices todo es TODO lo que ha dicho el uniformado hasta el momento ha sido mirando a tu Queridísimo, no posó ni un segundo los ojos en ti. Eres tú la que lleva la conversación porque hablas mejor inglés, pero el uniformado querría llevarla con un hombre por lo que parece.
«¿No hay nada que pueda hacer?», le preguntas al borde de las lágrimas pues no todos los días llegas a Bali para ser deportada. «No», te responde, se levanta y se va. Lloras. Tu Queridísimo te dice que vuelve a Tailandia contigo, tú le dices que disfrute Bali, que te vas sola. Moqueas. No puedes creer estar a 13.000 km de Madrid y verte obligada a quedarte con las ganas de entrar en Indonesia. Congojeas. ¿Cómo no viste ese requisito con lo previsora que eres antes de viajar? Hipas. Y de repente te das cuenta de lo que está sucediendo: «¡Lo que quiere para dejarme entrar es guita, dinero, money!», le gritas a tu Queridísimo. Justo en ese momento regresa el uniformado. Tú que eres argentina y estás acostumbrada a pagarle cafés a policías y esas cositas empiezas a negociar, pero enseguida te das cuenta de que el uniformado no quiere negociar contigo. Entonces escuchas salir de su boca una pregunta que no olvidarás hasta que pases a esos mundos celestiales a los que pasarás cuando seas muy viejita por ser tan maja: «how much does your woman cost for you?*». Tu Queridísimo se queda perplejo, perplejísimo, perplejado, perplejoso y más palabras inexistentes. Cuando por fin reacciona dice inseguro: «I don't know, one hundred?», y con one hundred se refiere a 100 euros. «Make it two hundred**», le ordena muy serio el uniformado. Tu Queridísimo saca la billetera y la vacía en el escritorio: 125 euros. El uniformado mira los billetes y pregunta sin sonrisa a la vista: «Is that everything?». A continuación dice que es poco, que por lo menos 50 euros más. Tu Queridísimo saca 20 de un bolsillo y le dice que ni un euro más. El uniformado agrega que lo tiene que consultar con su jefe, se levanta y abandona el cuarto. «Están regateando por mí como si yo fuera un objeto», reflexionas. «¿Será que me creo humana cuando en realidad soy una alfombra o un sillón? ¿El valor que por mí se pide será con IVA o sin IVA?». Tus profundas cavilaciones son interrumpidas por el regreso del uniformado quien agarra el dinero que se encuentra sobre el escritorio, le da tu pasaporte sellado a tu Querídisimo y le dice con una sonrisa: «have a nice trip***».
* ¿Cuánto cuesta su mujer para usted?    ** Que sean 200.    *** Que tenga un buen viaje.
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Eva Letzy

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