Revista Viajes
Después de pasar varios días alojados en el corazón de la Isla de Bali, había llegado el momento de descubrir pausadamente el precioso pueblo de Ubud. Los días anteriores habíamos dedicado el final del día a conocer algo de esta localidad mientras buscábamos algún restaurante bonito para cenar, pero este último día fue entero para Ubud. De paso aprovechamos a darnos un buen masaje balinés, una paliza de una hora de duración en la que chillé como una nenaza mientras una fornida balinesa me presionaba mis castigados cúadriceps y mis resentidos gemelos. Pero eso fue más tarde, antes dedicamos parte de la mañana a descubrir muchos de los numerosos comercios que pueblan las calles centrales de Ubud. Comercios muy cuidados, con una gran variedad de productos a la venta que iban desde artesanías y objetos artísticos a líneas de ropa elaborada en la propia isla pero eso si, a precios casi europeos.
Ubud es la capital cultural de Bali y eso se nota en los establecimientos que se alinean en sus calles del centro urbano. Pudimos disfrutar de numerosas galerías de arte donde se expone y vende muchas pinturas de artistas locales, esculturas y tallas en madera. Es posible negociar el precio pero así todo muchos óleos- o al menos los que nos gustaban- se escapaban de nuestro presupuesto. En la misma céntrica calle donde se encontraba nuestro alojamiento, en Jalan Hanoman, un centro cultural ofrecía todos los días espectáculos tradicionales y danzas típicas de la cultura balinesa. La fotografía de abajo refleja la vida relajada de las gentes de Bali.
Una de las atracciones que inexplicablemente más visitantes aglutina en Ubud es el Bosque de los Monos o el Monkey Forest. Como su propio nombre indica es un frondoso bosque donde viven un gran número de primates. Estos monos pendencieros se suben encima de las cabezas de la gente, roban lo que se les pone a tiro y es difícil salir sin llevarse un buen tirón de pelo, y la gente paga por eso. En fin, de todas formas no hace falta entrar para ver lo monos líbremente por los árboles y los tejados de las viviendas aledañas.
Continuando el paseo nos encontramos en un centro cultural a unos personajes increíbles. Se trataba de una promoción para fomentar el turismo en las provincias indonesias de Papúa Occidental. Para ello habían traído hasta Ubud una muestra de las artesanías, las músicas y la cultura de los habitantes de Papúa, además de un grupo de habitantes perteneciente a un grupo tribal de la isla más oriental de Indonesia. Todo un espectáculo visual el que vestían estos hombres que lucían orgullosos sus símbolos y adornos más importantes, además de sus faldas tradicionales de paja. Pudimos recopilar amplia información de la isla de Papúa Nueva Guinea por si, quién sabe, nos sirve en un futuro no muy lejano. Yo lo estoy deseando.
El comportamiento del ser humano es prodigioso, nunca me deja de sorprender para bien y desafortunadamente también para mal. En este caso que me ocupa y que es para bien, el chico que está a la izquierda de la fotografía bajo estas líneas cambió su comportamiento cuando vio y se fijo en Ceci. De estar de charla con sus compañeros pasó a levantarse y comenzar a, digamos "pavonearse" frente a ella. Se movía lento, acompasadamente mientras marcaba musculatura y no la perdía de vista con su mirada. Me recordó al comportamiento de cortejo de muchas aves, incluidas las aves del paraíso, símbolo nacional de Papúa Nueva Guinea. La profunda mirada de las gentes melanesias siempre me ha cautivado tanto como inquietado. Fue una anécdota simpática.
El resto de la tarde pasamos el tiempo entre el Museo Puri Lukisan que expone múltiples tallas de madera y pinturas tradicionales balinesas y volviendo a visitar el Palacio Real, además de acudir a darnos un típico masaje balinés como ya conté antes. Y es que el tiempo vuela cunado uno está entretenido y a gusto.
Lo que tampoco se puede obviar es un paseo pausado por el Mercado de Ubud. Un compendio de tiendas donde encontrar casi cualquier cosa, aunque como ocurre en el resto del sudeste asiático cada vez más ofrecen las baratijas fabricadas en China. Algunas zonas donde vendían ciertas comidas tenían un olor algo desagradable, pero merece la pena echar un vistazo a los edificios y disfrutar del ambiente. Vendedores ambulantes en sus motos ofrecían los típicos pinchos de carne satay para matar el gusanillo si te entraba hambre.
Y llegó la hora de la despedida. Al día siguiente debíamos madrugar para tomar un avión a Yogyakarta en la Isla de Java. Para esta última noche en Ubud decidimos ir a nuestro restaurante favorito, el Nomad. Un lugar maravilloso situado en la calle principal de Ubud, con excelente comida y donde todas las tardes te recibían con una alfombra de flores en el suelo de las escaleras de acceso y una flor en el pelo. Un perfecto colofón para despedirnos de la Isla de Bali.
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