Revista Educación

Ballenas blancas

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Ballenas blancas

Isaac Kohane @ Flickr.com (CC BY 2.0)

Isaac Kohane @ Flickr.com (CC BY 2.0)

Por la rendija que deja la persiana se cuelan los destellos hirientes de las ambulancias. Es lo que tiene vivir frente a Urgencias. A veces lo hacen a las tres de la mañana y entonces es un fastidio notable. Basta que me pillen inquieto, con media pestaña levantada, para que me fulminen el resto del sueño. Que a estas alturas de mi vida, por cierto, empieza ya a menguar.

Sólo una vez he estado en el vientre de uno de esos animales blancos, petudos como la ballena de Jonás. Fue en una carrera urbana, en la que tuve la puntería de desplomarme justo delante del arco de meta. Por el camino me dejé dos dientes y una cicatriz en la barbilla, que hoy mostraría orgulloso si no hubiera hecho un tiempo mediocre. “Puestos a que te reviente el corazón, por lo menos que sirva para algo”, recuerdo pensar mientras me subían a la camilla. “Quiero decir, que hubiera sido mucho mejor que esto me pasase después de terminar la carrera y no antes. Y pensar que ya estaba oyendo la melodía de Carros de Fuego…”.

Despachado al ambulatorio, lo que recuerdo con nitidez era la cara asustada de los sanitarios (no menos de media docena) mirando por encima de mi cabeza al monitor de frecuencia cardiaca. Y yo mientras tanto pensando que me encontraba divinamente como para morirme en cuestión de minutos.

Desde entonces nunca he vuelto a subirme a una. Ni siquiera como acompañante. Prefiero no tentar a la suerte, porque de la ballena no siempre se sale igual que se entra. Así que si algún día, que ojalá que no, les toca estar dentro… espero sepan entender que me pille un taxi.


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