Reproduzco el texto de una ‘carta’ escrita en uno de los blogs que sigo. Se gestó en una gresca bancaria. Érase una cuenta corriente. Tan corriente que resultaba vulgar para el banco. Por ello la humilde cuenta fue mancillada, sufrió un abuso continuado bajo el eufemístico “mantenimiento”, que debe significar que te quieren ‘mantener’ alejado de sus puertas. Una cuenta perroflauta. De perro sin pedigrí, se entiende. En mis tiempos decíamos: no hay Don sin Din. Hola, Don Blanqueador. ¿Qué tal está usted, Don Corrupto? Cuanto tiempo sin verlo, Don Proxeneta. Y así con toda la gama Don que corroe el planeta. Para todos estos ‘dones’ de la sociedad (suciedad), el mantenimiento es bien distinto. Incluso podrían permitirse, estos si, entrar con su perro en la oficina bancaria y que se hiciera caca en el logo de la alfombra. Nada. La agredida decidió romper la relación en forma de cancelación de cuenta. El banco le solicitó que lo hiciese vía e-mail. Y procedió como pedían. A su manera, que me parece estupenda. Uno querría refugiarse en la banca ética; dicen que existe esa ‘mutación’ pero a mi me parece un oxímoron. Estamos obligados a convivir con el maltratador. Ahí va…
Redactar no es problema para mí, ser sarcástica tampoco, y el ponerme borde, lo bordo. Así que atendiendo a su petición, les envié lo que sigue:
“Querida familia del Banc de Sabadell,
He decidido finalizar nuestra relación, por los desafortunados motivos que a continuación detallo,
Tras largos años de entendimiento y fidelidad (apenas he flirteado como autorizada en alguna entidad más) y a pesar de que mi capital no ha llegado jamás a ser digno de su admiración, he permanecido con compostura en el límite de los números rojos, sin llegar a traspasarlos; con total dignidad les he otorgado mis nóminas e ingresos extraordinarios (los menos, confieso) mes a mes y con la mínima retención fiscal para el deleite común. Renuncié en su día a recibir correspondencia en papel, ora por la ecología, ora por no llenarme el buzón de sustos; evito en la medida de lo posible el face to face, ora por la lentitud de sus empleados, ora por la ineptitud de los mismos a la hora de despejar dudas. Utilicé cajeros automáticos con la tarjeta de débito (la de crédito les recuerdo que me la denegaron de malos modos, aunque no por ello les guardo rencor alguno) para agilizar trámites y permitir que las señoritas y señoritos de ventanilla, pudieran seguir platicando amenamente de la longitud de sus uñas.
He soportado estoicamente la negativa a retirar en efectivo 10 míseros euros, porque el mínimo permitido es de 20 (si se tienen) e incluso pasé por alto un cargo de 85 napos de una empresa informática con sede en Singapur, con la cual no tuve contacto alguno, y que se negaron a devolver si no se la chupaba al director (no fue exactamente así, pero hubiese sido mucho más fácil que lo que me solicitaban).
Pero llegados a este punto, en el que me clavan 134 euros por movimientos (a mí, que no me levanto del sofá) y mantenimiento de la cuenta (como si me pasaran la bayeta por las transacciones cada mañana) he decidido que le van a seguir robando a su santísima madre y las black de los puticlubs (que también las tienen) se las van a pagar con fondos europeos.
He procedido a meter la tarjeta en el congelador, para olvidarles lo antes posible y como bien es sabido que un clavo saca otro clavo, he abierto una cuenta en el cajón de mi mesita de noche, donde si alguien mete la mano, será sangre de mi sangre. Bueno, casi.”
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