Nuestro mundo está plagado de catedrales, santuarios, iglesias, capillas, ermitas, monasterios y toda una suerte de sacrosantos monumentos, que no alcanzan a tener sentido más allá del mero papel promocional de la parcialidad de una determinada fe, o el pique del "pos la mía más" entre distintas ciudades o pueblos, ya que como todos sabemos: Dios está en todas partes y no resultarían necesarios más templos que el corazón de uno sólo de sus fieles, para entablar conversación con él.
A pesar de las múltiples desamortizaciones con las que, a lo largo de la historia, se ha pretendido restar protagonismo a una institución cada vez más pujante, lo cierto es que la Iglesia sigue administrando riquezas, ingentes toneladas de poder y algunas de nuestras más tiernas voluntades, llegando a alcanzar probablemente más poder hoy, del que pudo haber tenido jamás.
No se entendía antes, aunque resulta menos comprensible en momentos como éstos, de profunda crisis económica, que la Iglesia goce de amnistía fiscal para con todos los edificios y negocios adscritos a su propiedad.
En la fotografía con la que encabezamos el comentario se pone de manifiesto, ilustrándola, la increíble versatilidad con la que muchos de estos edificios podrían llegar a reconvertirse: hasta hoy lo más atrevido me había parecido ver iglesias reseteadas en locales de copas o en restaurantes... Pero sí, también resulta posible tunearlas hacia el taller de mecánica, chapa y pintura...