Ya era hora. Tras una gira cancelada en 2010 y el aplazamiento de sus fechas programadas para este enero, Band of Skulls finalmente se acercaban a nuestros escenarios. Cierto que ya habían pisado festivales como el BBK o el madrileño DCODE, pero no es lo mismo. Todos sus fans teníamos ganas de comprobar si su hard-indie-classic-rock funciona en las distancias cortas, en una atmósfera más íntima. En definitiva, en un club de tamaño medio como pueda ser el Music Hall barcelonés, un recinto bastante coquetón y de sonido impecable que puede dar mucho juego como alternativa a las más habituales (y de mayor aforo) Bikini y Apolo. Buena entrada formada en su mayoría por pijos hipsters y niñas monas, todos por debajo de los 25 años, que en un principio provocó cierta desubicación y desamparo en un servidor, desconcertado al no ver las caras habituales y comprobar como ciertos sujetos, si nos atenemos a la leyes de la biología, podrían ser mis hijos. Acostumbrado a sentirme un crío en los bolos de Rocksound, el contraste era brutal. Sin embargo, superado el trauma inicial, uno se congratula al ver a nuevas generaciones congregadas para disfrutar de un show de rock n' roll. Con guiños al enemigo, pero rock n' roll al fin y al cabo. La chavalería nunca abarrotará un concierto de L.A. Guns, admitamos la derrota.
Holy Bouncer, atajo de pijos de Sarrià o Sant Cugat jugando a ser niños malos, tienen números para llevarse el gato al agua. Tienen la tontería encima propia de la edad y de la clase social, pero su caótico show punk-garagero-lisérgico gustó. Sobretodo a sus compañeros de clase/espai allí reunidos, pero también a los perros viejos. Tras tan satisfactorio calentamiento, turno para el plato fuerte. Transcurridos apenas unos segundos de la inicial "Light in the Morning" -tema que abre su flamígero debut, "Baby Darling Doll Face Honey", el trío británico mostró sus cartas encima de la mesa. No hay as en la manga con Band of Skulls: Russell Mardsen es el amo del cotarro, el guitar hero que gusta de exhibirse con el instrumento -que no en los parlamentos, hombre de pocas palabras- y ofrecerse a su público, Matt Hayward es una bestia peluda de furiosa pegada, escuela Bonham por todos los costados, y Emma Richardson es la personificación de la introversión. Y no quiero pecar de psicólogo, pero creo que también de la inseguridad. No pondré en duda su aportación en la exhuberante mescolanza sónica de la banda, pero su figura sobre las tablas queda muy empequeñecida -absoluta estaticidad, faz inexpresiva y una voz apagadota- si la comparamos con el protagonismo que toma en las grabaciones de estudio. ¡Suéltate el pelo, nena!
Volviendo a lo estríctamente musical, que para eso me pagan, el recital fue de notable alto, con un set-list muy bien estructurado que picoteó entre lo más granado de sus tres LP. El primer tramo del concierto nos mostró a unos Band of Skulls poliédricos mostrando de forma intercalada su cara bailable -"Himalayan", "Brothers & Sisters", "Patterns"-, íntimista -"Sweet Sour", "Bruises", "I Guess I Know..."- y robusta y hard rockera -la citada "Light in the Morning", "You're not Pretty...", "I Feel like Ten Men..."-. Encantandoramente camaleónicos. Sin embargo, en el segundo acto se dejaron de tonterías, destrozando nucas y caderas del personal en una recta final nuclear en la que encadenaron "Death by Diamonds and Pearls", "The Devil Takes Care of His Own", el ultra-mega-hit "I Know What I am" -con unos pogos sacados del Dixi 724 de 1995-, la vacilona "Hoochie Coochie" y una tremenda "Hollywood Bowl" -B-side que no encontrareis en Spotify- que con sus "HEY!", su amago de jam y la media sonrisa que Emma (¡aleluya!) dedicó a Russell servía de fin de una fiesta que fue de más a mucho más.