Desde que Felipe González perdió las elecciones ante José María Aznar en 1996 difícilmente se encontrará en vídeos o hemerotecas un acto de masas del PSOE en el que aparezcan banderas constitucionales españolas.
Florecen las del partido, las autonómicas, incluso la ikurriña, despreciada por los socialistas porque era la enseña creada por Sabino Arana para el PNV, que luego se admitió cobardemente (gracias, ETA) como emblema vasco.
Cuando en 1982 el PSOE obtuvo una apabullante mayoría de 202 diputados de 350, lo que vio Felipe González frente al Parlamento desde un balcón del Hotel Palace fue una masa de socialistas que enarbolaban banderas del partido y de la España constitucional.
Era el viejo pabellón de Carlos III, que se mantuvo durante la I República y que sólo desapareció durante los pocos años que duró la infeliz II República.
El Partido Socialista Obrero Español ha dejado de ser esencialmente español: tras la ikurriña, en Cataluña es PSC, seminacionalista cuatribarrado, y en otras regiones presenta todo tipo de banderolas, nunca la nacional.
A veces vuelve a la de la II República, como entre quienes vitorean a Podemos.
Al extinguir visual y simbólicamente su constitucionalismo el PSOE se ha ido alejando de muchos simpatizantes de su causa defensores de la Constitución.
Luego, si esta izquierda socialdemócrata no está orgullosa de ese Código y reivindica ahora la II República, quizás haya que votar a Podemos, que propone entusiasmada la de aquél régimen de final desgraciado.
El PSOE pierde aceleradamente simpatizantes en parte porque no proclama su orgullo por la Constitución y sus iconos, que contribuyó a elaborar y aprobar.
Como el PP usa la bandera constitucional los socialistas creen que omitiéndola se separan de la derecha, y no: se ahorcan uniéndose a los antisistema constitucional.
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SALAS