Revista Viajes
De Bangkok sabíamos de la espectacularidad de sus monumentos, y del carácter amable y sonriente de sus gentes, siempre dispuestas a ayudarte en lo que necesites. Pero lo que desconocíamos es el grado tan alto al que llega la amabilidad y la disposición de todas y cada una de las personas con las que nos hemos cruzado. Y la maravilla monumental que forma el centro de esta enorme urbe asiática. Llegamos muy temprano al puerto de Laem Chabang, al sureste de la capital, donde el Zaandam iba a permanecer dos días amarrado en puerto. Cuando preparamos las escalas del crucero, habíamos reservado desde casa un coche con conductor para que nos acercara hasta el centro de Bangkok a primera hora de la mañana, y al final del día nos regresara al barco ya de madrugada. Pedimos el desayuno en el camarote para poder desembarcar lo antes posible del barco, y al entrar en la terminal ya estaba allí, esperándonos con un cartelito con mi nombre, el chófer más alto del reino de Tailandia. Si habitualmente los Tailandeses son menudos y no muy altos, a nosotros nos tocó uno de más de dos metros, que todo lo que tenía de altura lo tenía también de amabilidad y simpatía.
Después de un trayecto de dos horas llegamos al centro de Bangkok, justo delante de la entrada principal del Palacio Real, y allí nos bajamos para comenzar a explorar esta excitante ciudad. Hay que tener en cuenta que Bangkok es una enorme urbe de más de catorce millones de habitantes donde los atascos que se forman en horas punta pueden llegar a ser monumentales, y el hecho de que el puerto comercial de Laem Chabang esté tan alejado de la ciudad, da como resultado ese largo desplazamiento.
La primera impresión del recinto palaciego es de una monumentalidad apabullante. Una sensación que no hace si no aumentar a medida que vamos visitando y conociendo los primeros edificios y que, en alguna ocasión, nos hemos visto perdidos entre tantísimas edificaciones. Previamente me tuve que poner unos pantalones largos que te prestan en la entrada del recinto palaciego, ya que en eso son estrictos; hombros cubiertos y pantalones largos, y yo que parecía algo con ellos, menudas pintas que llevaba. A esas alturas ya sabíamos que la visita nos llevaría unas horas, ya que el conjunto del Gran Palacio lo componen más de cien edificios. Impresiona el edificio Phra Siratana Chedi, un gran edificación con forma de campana y totalmente revestida en oro. Su brillo bajo los rayos del sol de mediodía es deslumbrante. Esta situado en lo que llaman "The Upper Terrace", donde está la mayor concentración de monumentos por metro cuadrado. Ahí también encontramos la miniatura en piedra de Angkor Wat, y los frescos murales del Ramakien, junto a pequeños templos cuyas agujas están revestidas de preciosos azulejos con motivos florales en relieve. Después de ver esto, creo saber de donde sacó Gaudí la idea para el revestimiento de la fachada del edificio del Capricho de Comillas. Pero el templo más famoso sin lugar a dudas de esta zona del complejo palaciego es el Templo del Buda Esmeralda, el Wat Phra Kaew, lleno de torres relicario y espléndidos mosaicos. El acceso al interior es libre, descalzándose previamente, y convivir en un mismo espacio con los tailandeses que van a rezar ante el venerado y pequeño buda verde, sentados en el suelo y sin apuntar con los pies al buda. Las fotografías en el interior están prohibidas, pero para algo tengo una cámara con pedazo de zoom.
El pequeño Buda Esmeralda, imagen dotada de poderes sobrenaturales; y detalle de los azulejos Llamativas pinturas murales decoran los muros interiores
En la segunda parte de nuestra visita a este complejo, llegamos al conjunto de tres edificios que forma el área de Phra Maha Monthian. El primero para celebrar el cumpleaños del rey, el segundo reservado para las coronaciones con el trono octogonal del rey. Nos llamó la atención el lujoso barco altar, que desgraciadamente no nos permitieron fotografiar.
Las divinidades que adornan los templos son de origen hindú. Los detalles siempre son espectaculares
Para el final de la visita dejamos el edificio del Gran Palacio,el de mayor porte de todo el complejo palaciego, y que está custodiado en todo momento por guardias que ni pestañean ni se mueven un milímetro, haciendo las delicias de los turistas que se fotografían con ellos. Curiosamente la fachada es neoclásica y construida por un arquitecto inglés, aunque los tejados son de estilo tai. Hoy en día los reyes ya no viven en este palacio, pero siguen utilizándolo para recepciones de embajadores extranjeros y otros actos oficiales.
Una vez acabada la larga visita al recinto del Palacio Real, salimos fuera del mismo con la intención de visitar el pabellón de Lak Muang, que está situado en un lateral del recinto palaciego, y que es desde donde se miden todas las distancias en la ciudad de Bangkok. Allí mismo, y mientras preparábamos nuestras siguientes visitas sobre el plano, se nos acercó un local con la intención de ayudarnos. Resultó ser un amable profesor de inglés en la universidad de Bangkok, con el que pudimos charlar un buen rato y que nos recomendó visitar algunos solitarios templos al norte de la ciudad y alejados de las rutas turísticas, así como el Bo-Be Market. Para ello nos paró un tuk-tuk, y negoció con el conductor para que nos llevara a todos esos sitio. Al final la negociación se cerró en 40 bahts, unos 98 céntimos de euro, por un conjunto de carreras que sumo casi hora y media. Al hilo de todo esto, antes de viajar a Tailandia, y mientras preparábamos las escalas del crucero, había visto demasiados testimonios de lo peligroso que es desplazarse en tuk-tuk. También había visto numerosas fotografías de accidentes terribles con fatales consecuencias, y desde luego no estaba en nuestros planes montar en ninguno de ellos. Pero al final, no se muy bien que es lo que pasó, que dijimos: "Qué carajo...con el calor que hace, y ya que le tenemos aquí...qué puede pasar". La verdad es que fue una experiencia, nos llevó muy rápido a todos los sitios (demasiado rápido para mi gusto) y sirvió también para refrescarnos y aliviar por unos instantes a nuestros sudorosos cuerpos. Aunque, después de algunos frenazos y sustos durante los trayectos, y de ver los morros de todoterrenos y autobuses a corta distancia, dudo mucho que volvamos a repetir.
En uno de los templos pudimos cambiar impresiones con el único visitante que había en esos momentos en el interior del mismo, un brasileño que prácticamente había había dado la vuelta al mundo y con el que pasamos un rato charlando. Después de esas visita decimos volver hasta los aledaños del Gran Palacio, con el conductor del tuk-tuk muy cabreado porque nos negamos a ir hasta un centro comercial, o unas tiendas a las que él nos quería llevar. Nos bajamos, y nos cogió con total indiferencia y desgana los 40 bahts en que habíamos quedado. Un poco más abajo, en la avenida Ratchadamoen Nai, nos esperaba el Wat Pho y su famoso y enorme buda tumbado, y todavía quedaba el resto de la tarde para ver el río Chao Phraya, el majestuoso Wat Arum, los puestos de comida callejera y la Bangkok más moderna.