Una camiseta fabricada en Bangladesh que se vende por veinte euros tiene un coste laboral de uno coma cinco céntimos. Por decir este tipo de cosas a uno le llaman demagogo. Voy a repetirlo: tú vas, entras en una tienda de un centro comercial o de una calle abrumadora y compras una camiseta que te cuesta 20 euros; bien, esa misma camiseta ha costado un céntimo y medio producirla. 1,5 céntimos.
Demagogo.
Bangladesh puede avergonzarse de tener el sueldo mínimo más bajo del planeta: veintinueve euros al mes, bastante menos de lo que se necesita allí para vivir.
Demagogo.
Lo que guía a cualquier empresa es la maximización del beneficio, es decir, ganar siempre más que la semana pasada, el mes pasado, el año pasado, el lustro pasado. Esta genética está incardinada en la economía de libre mercado donde todo resultado igual a cero es siempre catastrófico, el resultado debe ser siempre mayor de cero. Descartamos por enferma la idea de que el resultado pueda ser incluso negativo, esto es, menor de cero.
Demagogo.
Para que un negocio sea rentable el producto ofertado debe ser siempre más caro que su coste, dicho de otro modo, tu producto tiene que costar más que todo aquello que uses para producirlo. Para llegar a esta conclusión algunos niños de papá pagan un máster de diez mil euros.
Demagogo.
Señalar la realidad parece un ejercicio de demagogia, hasta que una fábrica se derrumba en Bangladesh y los medios de comunicación empiezan a entrevistar a los consejeros delegados de Mango, H&M, Inditex y El Corte Inglés. Todos ellos se apresuran a decir que están en contra de la esclavitud, de los abusos laborales, de la precariedad, que han contratado auditorias para vigilar las buenas prácticas, que solo producían un 4 % de su ropa allí, que la culpa es de los políticos y claro, de la falta de libertad económica. Me pregunto dónde fabricarían sus camisetas estos grandes emporios si no existieran estas desigualdades entre unos países y otros. Me pregunto si Amancio Ortega sería millonario si no costara 1 céntimo lo que luego él vende por 20 euros. Algunos creen que por hacer esto es un genio; de hecho, mucha gente piensa todavía que solo los genios pueden llegar a ser ricos. Los demás somos tontos.
Toda esta retahíla demagógica viene a sumarse a la gran noticia de la semana: el 94 % de las empresas del ibex 35 tiene presencia en paraísos fiscales. La libertad de mercado es un eufemismo que pretende legitimar las ganancias cuando toda ganancia no es más que un abuso o una diferencia de poder. La misma diferencia pero en grados distintos se utiliza para contratar a trabajadores en Bangladesh o para establecer sociedades anónimas en las Islas Caimán; ninguna de las dos opciones es ilegal y ambas comparten el mismo espíritu: ahorrar costes. Hay incluso empresas que incurren en los dos recursos, por ejemplo, Inditex.
El Ibex 35 venía siendo el indicador del caché, el perfume que toda empresa con aspiraciones trataba de plantarse para oler como deben oler las grandes multinacionales, o sea, a dinero. Que una empresa salga a bolsa deviene en una fiesta con campanada inicial como ya vimos tocar a Rodrigo Rato. Lo que nadie nos contó es que, para dar la campanada, es preciso escamotear algunos millones del fisco, siempre bajo la estricta legalidad, estableciendo tu casa lejos de los tuyos. La naturaleza de los asuntos es inescrutable de tan sencilla, parece hecha para que cualquiera la entienda, pero es en esa sencillez donde muere de complejidad porque todos sospechamos que bajo su aspecto minimalista se esconde una monstruosa y demagógica verdad.
Archivado en: opinión, sociedad Tagged: Amancio Ortega, Bangladesh, fraude fiscal, Ibex 35, inditex, paraiso fiscal