(JCR)
Un impacto de bala está marcado en la pared al lado de la imagen de la Virgen en la parroquia de Fátima, en el conflictivo barrio del Kilómetro Cinco de Bangui. Otros agujeros son visibles en varias partes de la iglesia y sus puertas fueron dañadas por explosiones de granadas el pasado 28 de mayo cuando un grupo de extremistas islámicos atacó el recinto de la iglesia, donde se habían refugiado unas 5.000 personas. El ataque duró cerca de una hora y su trágico balance fue de 16 muertos y más de 30 heridos graves. Me lo cuenta el padre Moses Ottii, ugandés, que aquel día se salvó por los pelos encerrado en su cuarto, cuerpo a tierra, junto con sus otros tres compañeros combonianos y algunos de los desplazados que tuvieron tiempo de refugiarse con ellos.
No ha sido la única prueba a la que el joven misionero se ha enfrentado durante los últimos meses, cuando la capital de la República Centroafricana ha sido escenario de sangrientos enfrentamientos entre milicias rivales. Dos meses antes de la masacre de Fátima, Moses salió un día a mediar en un rifirrafe que se había montado a la salida de la iglesia a causa de unos exaltados que querían matar a pedradas a una chica musulmana. Haciendo gala de un valor fuera de lo común, consiguió poner a salvo a la joven, pero se llevó una cuchillada en el muslo que le obligó a permanecer postrado varias semanas y a caminar con muletas durante el tiempo de convalecencia.
“Ahora las cosas están bastante más tranquilas y el mercado en el que se mezclaban musulmanes y cristianos empieza a cobrar vida”, me dice con aplomo mientras caminamos por el recinto de la parroquia y se entretiene a saludar a varios de sus feligreses. “Pero por la noche seguimos escuchando disparos y explosiones que nos alarman y no sabemos por qué ocurren”, añade. Varios miles de personas de los barrios cercanos a Fátima siguen desplazados en barrios situados más al sur, como Petevo y Bimbo. Se calcula que en Bangui sigue habiendo unos 100.000 desplazados, muchos menos que el medio millón que había en enero, pero todavía un número muy elevado para una ciudad que no llega al millón de habitantes.
Hacía algo más de cinco meses que no volvía a Bangui. Cuando me marché, a primeros de marzo de este año, la seguridad en la capital era impredecible y en los barrios próximos al aeropuerto y en la salida Norte de la capital había enfrentamientos casi a diario. Cuando volví esta vez me sorprendió encontrarme con un animadísimo mercado en la avenida principal que lleva del aeropuerto a la plaza Marabena, lugar desde donde parte la avenida Koudoukou que atraviesa el barrio habitado en su mayoría por musulmanes y que sigue siendo uno de los puntos calientes de Bangui. Los barrios de esa zona, como Miskine, Mali-Maka y Benz-Vi presentan una apariencia de más normalidad y numerosas tiendas, escuelas y bares funcionan con normalidad y a veces hasta muy tarde. Varios musulmanes con los que hablé en el barrio de Lakouanga me dijeron que algunos miembros de su comunidad que habían huido de Bangui durante los meses de enero y febrero estaban empezando a volver, aunque con cautela, de momento dejando atrás a las mujeres y los niños antes de decidirse a volver toda la familia.
Quienes lo tendrán más difícil para volver serán los musulmanes cuyas viviendas fueron destruidas por los furibundos anti-balaka, a menudo con la colaboración de los propios vecinos, que aprovecharon para saquear todo lo que pudieron. Numerosas viviendas que pertenecían a musulmanes están en ruinas en los alrededores de Fátima, en Mali-Maka y otras zonas. También varias mezquitas han sido destruidas.
El optimismo hay que tomarlo con pinzas en esta capital ribereña. La noche del 19 al 20 de agosto, mientras dormía, me desperté sobresaltado a medianoche al escuchar detonaciones lejanas pero muy claras. El ruido sonaba a intercambio continuado de disparos puntuado con algunas explosiones, y duró varias horas, impidiéndome conciliar el sueño. A la mañana siguiente salí para el aeropuerto, y cuando volví a Libreville, ya de noche, me enteré de que los enfrentamientos había tenido lugar en el barrio del Kilómetro Cinco y habían seguido durante la mañana. Se enfrentaron las milicias musulmanas del barrio a los soldados de la fuerza de la Unión Europea (EURFOR), contingente en el que participa España con 85 efectivos. Hubo ocho muertos y cerca de 40 heridos, entre ellos al menos cinco militares franceses.
A pesar de todo, los incidentes más graves en Centroáfrica no tienen lugar en Bangui, sino en el interior del país, donde cada semana se multiplican los ataques contra civiles indefensos, ya sean cristianos o musulmanes, y los enfrentamientos entre las dos fuerzas principales en conflicto: los exSeleka musulmanes –que se han hecho fuertes en varias zonas del Noreste- y los anti-balaka, que controlan buena parte del Oeste del país y varios barrios de Bangui. Ambas fuerzas están muy fragmentadas y no raramente han llegado a enfrentarse entre facciones rivales del mismo movimiento. Poco antes de llegar a Bangui, dos bandas rivales de anti-balakas intercambiaron disparos durante varias horas en su feudo de Boy Rabe, uno de los barrios de Bangui, y el 24 de agosto fueron dos facciones de la exSeleka (los Gulas contra los Peulh) que combatieron en las inmediaciones de Bambari, donde los rebeldes musulmanes tienen su cuartel general militar. Muchos miles de personas malviven como pueden escondidos en los bosques del país para intentar escapar de la violencia, sin apenas comida, durmiendo al aire libre bajo la lluvia y sin acceso a cuidados médicos esenciales.